Debió ser un sábado de agosto, al ya solitario mes en Madrid, se añadió el fin de semana en que ya el personal huía despavorido de la ciudad, tan mal e inhabitables las hemos hecho.
Una casa nueva, recién acabada en la que solo había un vecino, algo siniestro, luego mas tarde lo conocí y resultó ser entrañable, pero la verdad era un ser muy raro y atrabiliario.
Una pequeña y desamueblada buhardilla mirando sobre la “puerta de la armería”, en el “Barrio de Palacio”.
El dormitorio chico y muy blanco, casi de monje, con hueco a un patio de luces pequeño, la casa medianera por el patio, de esas lugubres, abandonadas y arruinada, cristales rotos y negrura interior.
Noche caliente de ventana abierta, el silencio del abandono y las horas tardías, el refugio de una juventud descarriada y azarosa, que busca rehacerse para no sucumbir.
Un libro triste y desesperanzado, posiblemente de Pío Baroja, el autor favorito de aquella época de mi vida.
De pronto, una música que cae desde por arriba del alero de la cubierta, desgarradora y nostálgica, me era familiar pues es del 69 y mi oído es bueno, pero nunca la había escuchado con atención, como sucedió en la soledad de aquel agujero en aquel barrio nuevo para mi.
Deje de leer y me concentre en la letra, con mi francés del colegio, adiviné que hablaba de algo como la “compañía de la soledad”, era bonita y triste.
Al rato se repitió la breve canción, mi vecino el siniestro debía estar hundido pensaba yo, solo y huérfano de amor, se regodeaba en la melodía y su significado, como hurgando en la herida.
Volvió a sonar como una saeta y la noche quedo silenciosa de nuevo, de sábado de agosto en barrio arruinado y deshabitado.
Años mas tarde la he vuelto a escuchar y finalmente supe que era “Ma solitude”, que nunca yo prestaba atención a las canciones de mi época.
Hoy que Georges Moustaki ha dejado de cantar para siempre, la he silbado durante la tarde varias veces, recordaba aquel instante mágico y misterioso de aquel agosto, también recordaba a Jaime mi vecino, venido de Japón con su barba rala y sus ojos dulces y asombrados.
Mi vida en aquel refugio después del naufragio, tantas cosas plasmadas en una canción anónima y ya olvidada.
Como Machado, solo he querido anotar en mi cartera, este milagro de la primavera, el recuerdo ya lejano en la noche, esta vez de un Madrid bullicioso y de luna llena.
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