mayo 25, 2013

Ma solitude.






Debió ser un sábado de agosto, al ya solitario mes en Madrid, se añadió el fin de semana en que ya el personal huía despavorido de la ciudad, tan mal e inhabitables las hemos hecho.
Una casa nueva, recién acabada en la que solo había un vecino, algo siniestro, luego mas tarde lo conocí y resultó ser entrañable, pero la verdad era un ser muy raro y atrabiliario.
Una pequeña y desamueblada buhardilla mirando sobre la “puerta de la armería”, en el “Barrio de Palacio”.
El dormitorio chico y muy blanco, casi de monje, con hueco a un patio de luces pequeño, la casa medianera por el patio, de esas lugubres, abandonadas y arruinada, cristales rotos y negrura interior.
Noche caliente de ventana abierta, el silencio del abandono y las horas tardías, el refugio de una juventud descarriada y azarosa, que busca rehacerse para no sucumbir.
Un libro triste y desesperanzado, posiblemente de Pío Baroja, el autor favorito de aquella época de mi vida.
De pronto, una música que cae desde por arriba del alero de la cubierta, desgarradora y nostálgica, me era familiar pues es del 69 y mi oído es bueno, pero nunca la había escuchado con atención, como sucedió en la soledad de aquel agujero en aquel barrio nuevo para mi.
Deje de leer y me concentre en la letra, con mi francés del colegio, adiviné que hablaba de algo como la “compañía de la soledad”, era bonita y triste.
Al rato se repitió la breve canción, mi vecino el siniestro debía estar hundido pensaba yo, solo y huérfano de amor, se regodeaba en la melodía y su significado, como hurgando en la herida.
Volvió a sonar como una saeta y la noche quedo silenciosa de nuevo, de sábado de agosto en barrio arruinado y deshabitado.


Años mas tarde la he vuelto a escuchar y finalmente supe que era “Ma solitude”, que nunca yo prestaba atención a las canciones de mi época.
Hoy que Georges Moustaki ha dejado de cantar para siempre, la he silbado durante la tarde varias veces, recordaba aquel instante mágico y misterioso de aquel agosto, también recordaba a Jaime mi vecino, venido de Japón con su barba rala y sus ojos dulces y asombrados.
Mi vida en aquel refugio después del naufragio, tantas cosas plasmadas en una canción anónima y ya olvidada.
Como Machado, solo he querido anotar en mi cartera, este milagro de la primavera, el recuerdo ya lejano en la noche, esta vez de un Madrid bullicioso y de luna llena.

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