febrero 20, 2017

Lincoln Capri del 54.

No quisiera yo generalizar sobre si todo lo pasado fue mejor, los ordenadores de ahora son fantásticos, que decir de los teléfonos, las televisiones, los aviones, Especialmente impresionante es ese Boeing Dreamlinner, construido a base de fibra de carbono, con turbinas de álabes de titanio, hay tantas cosas increíbles nuevas, pero los coches......los coches de ahora son una basura, todos parecidos y sin personalidad.
Lo pensaba recordando un Lincoln Capri del 54 que tenia el padre de unos amigos, era lo nunca visto.

En aquella época era muy caro importar un coche, se pagaba hasta cuatro veces su valor en aranceles, así que había que comprar un Seat o un Simca o un sucedáneo de aquellos que se fabricaban aquí, es como lo que quiere hacer Trump ahora más o menos, en America.
El caso es que algunas familias con fortuna o enchufe para la licencia de importación, tenían un Mercedes o un Jaguar, algo así un poco más exótico.
Solo una minoría compraba un coche americano, eso era algo descomunal, eran grandes y de colores pasteles, a veces de hasta dos colores, con las ruedas blancas en el canto y lo mejor, las ventanillas eléctricas!!!!.
Les llamaban "haygas" por la envidia que come pero no engorda, se supone que los paletos adinerados iban a la tienda y decían, quiero el coche más caro que”hayga”....
El padre de mis amigos era hombre de mundo y viajado, entendía de motores y suspensiones, así que se compró aquella joya de la que disfrutó muchos años, que yo lo vi.
Ya pasado el tiempo, se lo dejaba a sus hijos que di yo unas pocas de vueltas en el Lincoln, aunque nunca lo conduje, tampoco viaje en el.
Era negro, brillante y descapotable, los asientos corridos como grandes sofás, de cuero rojo, así que íbamos tres o cuatro delante.
Dos grandes puertas que permitían entrar sin doblarse y una radio Motorola que sonaba como la Filarmónica de Berlín.
Los botones para las ventanillas eran plateados y frente al gran volante de color marfil, había un hermoso cuentakilómetros apaisado con los números blancos de las millas a las que aquello, volaba.
Los parachoques eran lo mejor, cromados y con grandes pinchos que pareciera un carro de combate de los egipcios, se llamaban defensas y vaya que si lo eran.
Un día chocamos en los bulevares con un taxi y le hizo dos agujeros limpios en la chapa, el Lincoln ni un rayajo, el taxista recuerdo, murmuraba "que buenas defensas", mientras tomaba los datos del seguro.
Aquellos coches americanos tenían motores de ocho y hasta doce cilindros, con hasta siete litros de cilindrada, así que ni hacían ruido al andar que iban a muy pocas revoluciones.
Gasolina, a chorros gastaba, pero daba igual que era muy barata, antes de que el Estado nos expoliara también por este concepto.
Yo veo que ahora todos los coches son iguales, ya no se gira la cabeza para ver pasar uno de aquellos haygas, silencioso, como un navío en la carretera.
Además menos en Alemania, ya correr es un delito, así que todos vamos como en rebaño, a un poquito menos de lo prohibido, en cochecillos vulgares y eficientes, a la moda de lo japonés o peor de lo coreano.
No sé para qué alguien compra ahora un bólido caro y feo, para ir a  esos estúpidos 120km/h, con esa amenaza estatal de cárcel y pagando tanto IVA y tantas multas.

Ya no hay haygas, tampoco paletos que se refinaron mucho o....eso creen ellos, el caso es que como aquel Lincoln Capri del 54 ya no se ve nada, ni parecido, lastima de coches que mas parecen latas de conserva.

febrero 16, 2017

Los vientos.

Viento hay en todas partes, aunque en unas más que en otras.

Aquí en este rincón hay mucho, y fuerte a veces, aunque también hay días calmados y de luz dorada, en que pareciera que fuera esto el paraíso terrenal.
En cada parte del mundo le ponen nombres a los vientos, nombres a veces poéticos como Céfiro, viento suave del oeste en la Grecia mitológica y padre según ellos de todos los vientos del mundo.
Nombres que suenan vulgares como el “Karajol”, que así le llaman en Bulgaria a uno que viene del oeste y les trae lluvias.
Aquí los dos  vientos dominantes son el Levante y el poniente, nombres de no mucha inspiración, uno que sopla desde el este y otro del oeste, del mar y de la tierra.
El Levante de aquí es viento molesto y muy húmedo, sopla desde las costas de Libia y trae la sal y el marismo del mar de Alborán.
Es fenómeno este que dura cuatro o cinco días, a veces más, encrespa el mar con unas olas feas y violentas y hace que se cierre el puerto de los barcos que cruzan el estrecho.
Aunque esté despejado, el aire húmedo condensa al llegar a tierra y se transforma en unas nubes feas, sin contorno y muy grises que desembocan en días desapacibles, en los que es mejor no poner el pie en la calle.
El rugido de las olas se escucha a kilómetros de distancia, e incluso a la noche aunque se atempera, sacude las ramas de los alcornoques con un efecto de película de miedo.
El poniente por el contrario, al venir de tierra, es viento reseco que llega del oeste, es más llevadero y no traspasa los huesos de quién los sufre.
Puede ser más violento que el del este, con ráfagas de las que tumban muros y hacen caer cornisas, que decir de los alcornoques que si el suelo está blando de lluvia, los arranca y los tumba para siempre.
El poniente también dura unos días, aunque pronto se suaviza y deriva a solo una brisa agradable.
Con este viento de poniente el cielo se pone de un azul intenso, si hay nubes, son blancas y redondeadas, como se supone que deben ser las nubes.
Las noches de poniente son calmas, que amaina mucho y las estrellas brillan por la falta e humedad en la atmósfera.
Hay aquí pocas veces viento sur, que viene de Gibraltar y suele ser suave e indeciso, que lo mismo vira al suroeste que al sureste.
Trae el ruido de los aviones que aterrizan en el pequeño aeropuerto y el olor a azufre de la refinería de CEPSA, 
Por último está el viento Norte, como el sur bastante infrecuente.
Es viento este ultimo, helado pues es el que barre a toda la Europa que tirita, aquí produce destemplanza, bien es verdad que llega al Mediterráneo muy apocado, pobres los de Siberia que parece que nace por allí.
Los vientos son seres cotidianos que condicionan nuestras vidas, como las personas, que las hay cálidas y frías, amables y odiosas, divertidas y soporíferas.
Llegan por unos días y se van no se sabe dónde, quizá a otros sitios donde les ponen otros nombres.
Los días calmos son como cuando nos viene la soledad,  sin presencia alguna, solo la naturaleza en su esplendor y las aves que vuelan sin dificultad en el aire quieto
Cuando la creación del universo no hacia viento, era todo silencio y quietud, pero Eva arrancó la manzana del árbol de la sabiduría, allá en el paraíso terrenal.
Con aquel pecado original, nos condenó el Creador a ganar el pan con el sudor de la frente, aunque hay muchos que viven de la subvención y sudan poco.
Supongo yo que en su enojo, el Creador ya marchándose del paraíso, puso el viento, para fastidiar más a la pareja de pecadores.

Desde entonces padecemos de estos días turbulentos, por el disgusto del Padre eterno, aunque no supuso que gracias a su ultima innovación, nos libraría de las medidas antipolución de la alcaidesa Carmena.

febrero 07, 2017

Intento de abordaje.

Esta tarde sonreía en silencio, recordando mi singladura con José en el estuario del Bidasoa, allá donde la lluvia del Pirineo Navarro se mezcla con el Cantábrico.
El caso es que no tuvimos nunca navío propio, por lo que aprendimos con uno de prestado, de la clase "Vaurient", casco de fibra y palo y botavara de aluminio, no gran cosa pero para nosotros mejor que el Victory del Almirante Nelson.

El navío era propiedad de Juanito, algo gordo y sin afición por la mar, su padre, catedrático de derecho civil, se lo había regalado quizá para estimular su espíritu aventurero o al menos para que bajara tripa, cosas ambas que no consiguió.
Así pues cada verano, disponíamos de aquella joya para nuestras memorables y azarosas tardes en el feroz Cantábrico.
El aprendizaje fue por pura intuición, siempre con el entrañable José que se turnaba en patronear conmigo.
Moviendo vela y foque, aprendimos a ceñir, a trasluchar, a ir de empopada e incluso el resto de la terminología de arte tan antiguo como es el de navegar con los vientos.
Diré sin arrobo, que llegamos a ser expertos e incluso hacíamos trapecio sobre la borda, aunque José era grande y su contrapeso era eficaz con el viento de través.
Recuerdo alguna tarde en que vestido con su traje de marinero de la cofradía de pescadores, pantalón y camisa azul, alpargatas negras, salíamos por la ría haciendo bordadas, botella de tinto y dos bocadillos envueltos en papel de plata.
Al pasar la barra tomamos las olas de frente y José entona con su gran voz la bella habanera de Marina.

Dichoso aquel que tiene su casa a flote
su casa a flote
y a quien el mar le mece su camarote 
Su camarote
y oliendo a brea y oliendo a brea
al arrullo del agua se balancea.

Gran voz la de José y excelente oído, no en vano se atrevía con Bob Dylan a la guitarra, el del premio Nobel.
El caso es que una bonita tarde de verano, de mar bella y sol suave de septiembre, cruzamos a aguas francesas, que tan cerca están las de Hendaya.
La bahía llena de gráciles veleros con gabachos equipados como de regata, cascos pulidos y velas de "kevlar" tersas e hinchadas, algunos gastan “spinnaker” y se deslizan veloces a todos los rumbos.
De pronto José divisa una esbelta "mademoiselle" en bikini sobre un airoso velero de los llamados "470", no duda en tratar de abordarla en un acto de piratería que yo aplaudo. La francesa, con mirada despectiva gira la caña y desaparece a gran velocidad dejándonos muy por detrás de su ola de popa, mientras exclama..... Haaa les espagnols!!!
Chasqueados, enfilamos la bocana del Bidasoa de vuelta al fondeadero, con las olas de la barra uno de los “estay” se rompe y el palo con vela y todo cae sobre mi hombro, que llevaba yo la caña del timón, en la popa.
Así ya sin bocadillos ni vino, mojados y desarbolados, como ocurriera con nuestra armada invencible, amarramos aquel esquife sin nombre, propiedad del hijo del catedrático de civil, Don Juan del Rosal.

No recuerdo más tardes en el mar, que la nave estaba ya muy maltratada y quizá acabo sus días en el fondo de la ría, José y yo no navegamos nunca más juntos, el incluso ya no navega por la mar procelosa de la vida, por eso y en su recuerdo, escribía esta noche con una sonrisa que produce la ironía de nuestra candidez y nuestra osadía, ambas nos acompañan de por vida, que nos criamos así.