octubre 03, 2013

La isla.


Con pocos años, no mas de una decena, auxiliado de la confianza en los primos y amigos mayores, que constituían “La Pandilla”, era normal el desaparecer un día entero camino de “la isla”, pedazo de tierra inculto en medio de la ría, con solo unos altos “pinos insignes” y monte bajo.
Poco mas de un centenar de metros entre dos brazos del cauce, uno grande y manso, estrecho y tumultuoso el otro.
La incursión naval no era de mas de tres horas remando, dependiendo de que la marea que subiera o bajara.
Por el numero de niños la flota se componía de tres barcas, femenino de barco, sin que se me ocurra la diferencia, aunque los marineros en aquel norte guipuzcoano las llamaran “embarcación”

Tatín tenia su propia barca, el “TATIN”, pequeña y coqueta, de casco blanco y bancos y costillar barnizados, era un niño taciturno, pienso si por ser huérfano. Tenia casa propia, no alquilada como los primos y el resto de los niños, en el jardín, una vértebra de ballena, junto a la que se guardaba la barca.
Las otras barcas son de alquiler, la primera, el “PACITA”, también pequeña y toda ella blanca de muchas manos de pintura, con delgada raya azul en la borda, solo dos remos como el Tatín.
La segunda, el “JESUSMARI”, doble que las anteriores, cuatro remos y uno para hacer de timón en la popa, esta vez, sobre el blanco del casco una linea verde oliva, el nombre en la popa, es como un galeón para nosotros, el buque insignia, en verdad poco mas que una trainerilla.
Así, temprano, un monton de críos camino de la tienda para la intendencia, de huevos, patatas, harina, gaseosa La Casera, que no hay agua potable en la isla, también melones y tomates y ciruelas y......
Hacia las diez el embarque, bajo el tibio sol del Cantábrico, con cacerolas y sartenes que toda exploración fue siempre acompañada del condumio, la despedida lacónica de Beytia, marinero y dueño de la flota.......Hala ir con cuidado.
Como conquistadores de pacotilla, en vez de enfilar hacia la barra que conduce al océano ilimitado, pasamos bajo el puente de la carretera, ría arriba, era nada mas asueto de infantes imberbes de colegio de pago...........

Las primeras ampollas en las manos, de los pesados remos, presos con el estrobo de cuerda al tolete, el gracioso que con el remo lanza agua a la embarcación próxima con respuesta de tacos y alguna piedra, las arrastradas por los rápidos, todos con el agua por las rodillas la quilla por las piedras, mas tarde la navegación silenciosa entre las huertas bajo la mirada de los “carramarros” negros en el cieno de la orilla, el tren de los ferrocarriles vascongados es a veces una aparición estruendosa, preso de la vía, por el valle junto al río, tras las huertas.
La arribada a la pequeña cala, en la isla, es frenética de actividad, se aseguran las naves y pronto crepita el fuego de ramas y piñas, el menú de tortilla de patata, buñuelos de viento, regados con Casera aunque los mayores esconden alguna botella de sidra del caserío de Lasao, en el que hicimos una parada, para además mangar algunas manzanas, verdes y ácidas.
Algunos se bañan en las aguas dulzonas tan diferentes a las de la playa, con pavor del fondo viscoso y con anguilas amenazadoras.
El hambre infantil es bien conocida, todo desaparece y los pequeños lavamos los cacharros en la orilla mientras los de la sidra, creo que están mareados e incluso fuman de un paquete arrugado que algún depravado escondía en el bolsillo.
Al principio de la tarde, hay tiempo para los menos amodorrados para río arriba, explorar el "Caserío de Irurain", abandonado y con la techumbre hundida, caminar por las habitaciones empapeladas, los cacharros de cocina rotos, las camas los muebles, alguna foto de una señora de negro, todo da miedo y parece que el casero ya fallecido se aparecerá tras el quicio de alguna puerta, con su boina sobre el rostro de cadáver.
Ya de vuelta, la marea esta  bajando y las barcas vuelan, por los meandros de aguas tranquilas, pronto divisamos el morro del muelle y derrengados los espíritus  subimos por la rampa con verdín resbaladizo, donde algún gordo siempre se cae con risas de los malvados compañeros.
Beytia nos saluda alegre al ver la flota intacta y sin decir adiós nos vamos a casa, donde de exploradores intrépidos nos convertimos en cuerpos inertes bajo el estropajo de una tata, que nos ordena ponernos el pijama que la cena esta ya lista, intolerable humillación, tras la libertad conquistada y nuevamente perdida. 

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