septiembre 20, 2014

Finales de septiembre.

Ahora, ya mas de las doce, acaba de empezar el día veinte, a solo uno para que el verano acabe.
Hace ya muchos días que las playas de Cádiz se vaciaron de sombrillas toallas y neveras, que la gente va ahora con gran impedimenta y muchos se llevan hasta el "Ipad", todos el teléfono, que yo los he visto chateando al sol con esa sonrisa de bobos que se les pone al recibir la contestación.....de sabe Dios quien.
Pocos miran al horizonte, a las olas siempre cambiantes, a los barcos que lejos, se mueven despacio sin caminos que los guíen.
El final del verano es como todos los finales, productor de nostalgias, el otoño ya asomando a la naturaleza, anuncia recogimiento ante el final del ciclo de la vida.
Se fueron ya las aves que criaron aquí a sus pollos, los campos secos, yermos y los arboles desnudándose de su traje ahora ocre.

Me dio por recordar otra época, en que el verano acababa a principio de octubre, el verano de los niños, los niños son inmortales pues no tienen conciencia ni futuro, tampoco pasado.
Estos primeros días en que vuelve la friura, con los primeros chaparrones, eran en mi infancia un tiempo memorable, con la playa vacía y la marea baja,
Era el tiempo de la comida en la arena, frente a las olas de las mareas vivas, tortilla de patata y filetes empanados, gaseosa La Casera y baños interminables hasta muy entrada la tarde, que la digestión no se corta si te bañas con el ultimo filete en la boca.
Enfrentados a olas gigantes sobre las que cabalgar en una “txamapa” interminable que acaba en tripas raspadas contra la arena áspera, agua en las narices y el sabor salobre de los tragos involuntarios.
Tiritonas envueltos en la toalla, los labios amoratados, los gordos aguantan mas tiempo para envidia de los flacos.
El mundo entero para nosotros, los primos y unos pocos amigos, la playa salvaje con sus rocas y sus charcas para coger centollos, vígaros, para desprender lapas de un golpe seco y certero, para con las manos acuencadas, lentamente sacar a las temerosas quisquillas, gordas y transparentes, comerlas vivas en una demostración de nuestro infantil canibalismo.
Algún pitillo escondidos de nuestras madres, en las cuevas hasta donde llega la espuma sonora del Cantábrico.
Este septiembre esta muy cambiado, que los niños ya no tienen asueto, aunque aprenden poco con la pedagogía moderna, que mas enseñaban los primos mayores, las rocas, las galernas, las tormentas......que lo que enseña es vivir en libertad.
Es solo que por un instante añoraba yo el grupo de mi madre y mis tías, junto con otras madres, sentadas a lo lejos, las carpas cerradas casi todas, los toldos con sus varas vacías de tela, la bruma del noroeste haciendo el cielo blanquecino, vacaciones, larguísimas vacaciones, en las que aprendimos en que consistía la vida.


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