Es una maquina ingeniosa que liberó al hombre de sus pasos inciertos y cortos, concediendole la posibilidad de fluir sin apenas rozamiento sobre la superficie del planeta, tras fatigosas caminatas por miles de años.
La rueda estaba inventada, pero construir un artefacto que desafía la estabilidad, con un pequeño sillín y unos pedales, fue un gran avance para la humanidad.
Los niños de mi época soñaban con una bicicleta, era la libertad y la independencia, el ir y venir con estilo, era la promesa paterna tras unas buenas notas o un comportamiento ejemplar.
Nunca tuve una propia, crecí encaramado a bicicletas prestadas, algunas demasiado pequeñas para mi talla, peor todavía el verano que me tocó la de la tía Pilarín, sin barra y con unas redecillas de colores en la rueda de atrás, algo infamante para un varón de mi tiempo.
Aprendimos a centrar las ruedas para que no rozaran en los guardabarros, a tensar los frenos de varilla y aproximar las zapatas, a arreglar los pinchazos con una cajita de parches con su lija y el pegamín, luego la bomba siempre rota, para hincharla.
Las primeras escapadas fueron a Motrico, mas lejos a Zumaya o Mendaro, un bocadillo y el agua de las fuentes del camino.
La cadena se sale y hay que tensarla, unas llaves para aflojar la rueda y retrasarla, las manos negras de grasa y la tarde por delante.
Pasajero en la barra, con las piernas colgando, otras veces en el manillar, los pies sobre las palomillas, algunos expertos con dos pasajeros, barra y manillar.
Como no los primeros accidentes con piernas y brazos erosionados, alguna brecha de dar puntos a veces.
Solo una bici de carreras en el pueblo, con sus tubulares delgados y su cambio que se antoja el sueño inalcanzable, tan alto era su precio que ni los sobresalientes en matemáticas alcanzarían a comprarla.
Ahora veo tantas bicis todas tan buenas, con hasta seis o siete piñones y dos platos, frenos de cable y metales exóticos, aluminio titanio, se emplean en muchas ciudades de Europa, con unas luces que centellean cruzan las calles silenciosas. En Madrid solo el día de la bicicleta, muchos niños que a diario serian atropellados por autobuses o coches, pasean sonrientes bajo la mirada llena de odio de los ciudadanos atascados e impedidos de ir a sus quehaceres habituales.
La bicicleta perdió su encanto de maquina única que multiplica nuestra movilidad, sepultada entre motos y coches que nos transportan oyendo la radio y calientes, sin despeinarnos ni sudar, es la maquina esencial a la que quizá algún día tengamos que volver.
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