febrero 07, 2015

Rumiando.

Se llaman animales rumiantes pues tras engullir las hierbas, después de un primer paso por la panza, la regurgitan y las vuelven a mascar.....a rumiar, antes de tragarla después definitivamente.
Eso nos pasa a nosotros con cosas del pasado, que nos vienen al magín y las revivimos y meditamos sobre lo extraordinario de su naturaleza, que en el lío de los acontecimientos de la vida, quedaron sepultadas y nos vuelven al presente sin razón alguna a mi parecer.
Sucedió allá por el cambio de siglo, que se dejó caer por aquí un alemán de buen aspecto, de rostro semita y nombre como de hijo del pueblo de Abrahán.
Había comprado un gran terreno en una colina y planeaba hacer una casa especial, con lo que los mercachifles del lugar afilaron las uñas, cosa normal e este mundo del comercio.
En aquella época había mucho trabajo y aunque a Hans Dieter le estaban haciendo la cama, entre un argentino y una gibraltareña, he aquí no se como, que no suelo andar yo en el comercio, me mandó a llamar para una cita y me explicó su idea.
Una casa con una torre de piedra, a modo de las torres vigía de la costa, hay aquí muchas medio arruinadas, además un gran patio central y como todas las casas, baños, dormitorios, comedor..la parte cotidiana.

Me puse a ello inmediatamente que nosotros, desde los romanos sabemos de la vivienda con patio, las torres estoy harto de verlas, de planta circular y mampostería en seco.
A los veinte días Hans vuelve de Alemania y examinamos los dibujos.
Con su nariz aguileña y su pelo ralo y blanquecino de hombre ya entrado en años, me espeta que no haga mas esfuerzos, el tiene un amigo en Dusseldorf catedrático de proyectos en la escuela de arquitectura, le conoce bien y será mas preciso en interpretar su idea.
Otros veinte días y Dieter despliega unos dibujos a 1:100....solo plantas, a mi me parecen una aberración los croquis, pero herido en mi orgullo y algo quemado……. le digo que así será su casa.
Empieza la obra tras unos meses, tal y como su amigo el alemán la dibujó, cuando ya se vislumbra lo que va a ser, en una visita de obra, aparece su amigo el arquitecto de Dusseldorf.
Es un hombre rechoncho, pero fuerte, de escaso pelo y sonrisa amplia, en cuanto me ve, chapurrea en alemán frases inteligibles, no habla ingles, repentinamente me abraza hasta el punto de casi elevarme del suelo, los germanos son muy sentimentales.se ve que esta contento con mi interpretación de su idea.
Apenas recuerdo su imagen, ni su nombre, pero lo rumio con frecuencia, veo casi todos los días la extraña torre cuadrada de piedra que su mente imaginó.
El caso es que Dieter a los dos años de acabada la casa, me cuenta una historia perturbadora.
Su amigo arquitecto se enamoró de una alumna, que le corresponde, se arreglan y tienen una niña, al cabo del tiempo ella obtiene su titulo y lo abandona, llevándose a la criatura nacida de la pasión.
El hombre entra en depresión, en el delirio del desamor, no se le ocurre otra cosa que arrojarse desde una ventana, una ventana alta, Dieter apesadumbrado me dice que ha muerto.
Ahora yo rememoro su abrazo y su cordialidad, le hubiera yo aconsejado buscar otra alumna, que como decía Juan Catarineu “las mujeres son como los tranvías, cuando se va una llega otra”.
El caso es que el se desesperó y no aguardó al tranvía por llegar, seguro que era un romántico, los alemanes son muy sentimentales.
Por eso hoy, al ver la torre cuadrada de piedra, recuerdo la historia completa y la abrupta caída desde la elevada ventana, un tiempo en que sucedían muchas cosas seguidas, sin pausa, una tras otra.
Ahora en la quietud, rememoro su sonrisa y sus brazos de oso, los mismos que debieron apretar a la alumna esquiva.
En algún sitio de Alemania su hija estará creciendo, sin saber de mi, tampoco de Hans Dieter ni se su padre el desesperado, el de la torre de piedra cuadrada que corona la extraña casa con patio, encallada en una colina lejos, al sur donde casi ahora una vez mas, florece el limonero.

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