Una llamada escueta, inesperada hace dos días, ha muerto la tía Mari-Carmen.
Años, muchos sin verla, es la ultima de lo que fue la familia de mi padre seis hermanos, mas una huérfana adoptada, la tía Sole.
El mayor, Manolo es solo un nombre, murió fusilado en Paracuellos, en una de las sacas de la Cárcel Modelo, un joven teniente de artillería, sin casar, buen jinete, que he visto yo fotos en blanco y negro de su estampa sobre el caballo, mucho escuché yo del tío Manolo, lastima de vida segada en esta península de gente enloquecida a veces.
Tío Anastasio, también militar, en esa familia se predicaba que los dos únicos oficios decentes eran la milicia o el sacerdocio, cosas de la época.
Llegó a coronel en la reserva, herido de guerra, se volvió muy beato y con su mujer la tía Mari, estaban a diario por las iglesias, de novenas y rosarios y cosas así, lo recuerdo de uniforme aunque no muy guerrero, quizá por influencia de la beatería. Serio y cordial, siempre preguntando por los estudios, no muy de caricias ni pellizcos en las mejillas, cosa que odian los niños.
Tía Nana (Antonia) y tía Lile (Matilde), solteras y siempre mayores, en su piso de la Calle Covarrubias con un perro pequinés que se llama Pocholo y ladra a los sobrinos.
Viven en el ático, con una azotea pequeña, antigua, sobre la que pasan las golondrinas, como flechas con sus gritos de verano.
El ascensor de madera acristalada, con unos cables delgados, en su lento viaje, me enseñó sobre el temor a la muerte y el vértigo de las alturas, lo frágil de la vida del ser humano.
Tía Lile, por un cuerdazo saltando a la comba, de niña, acabó casi ciega, con unas gafas de gruesos vidrios, apenas distinguía las imágenes.
Escribía con un punzón en idioma “Braille”, también leía con las yemas de sus delgados dedos que descifraban los puntos ordenados, misteriosos.
Tía Nana siempre alegre, me regalaba un paquete de tabaco por mi cumpleaños, con quince, dieciséis.....vaya regalo impropio lleno de amor y sonrisa.
Era Nana la que gobernaba el rumbo de la casa, muchas veces pidiendo ayuda a sus hermanos, quizá quedó soltera para proteger a su hermana invidente, nunca escuché yo hablar de estas cosas.
Emilio era mas atípico, arquitecto y de vida azarosa con guerra civil en Madrid incluida, de la que me contó muchas cosas en largas noches de charla.
Sentía la milicia, como hijo de General, educado entre alféreces y tenientes, tuvo una vida próspera, como tantos en la España del desarrollo, aunque con la llegada de la democracia se entristeció al recordar su juventud y el desastre de la república que acabo en matanza y escasez.
La jubilación y la salud, le hicieron pasar unos años apagados, como de espectador que vaticinaba turbulencias, lástima no haber sabido trasmitirle alegría, aunque quizá son así todos los finales, tristes y pacíficos.
Tío Jesús era juez, pero juez de los de antes, riguroso, serio y ascético, imparcial y severo.
Preguntaba siempre por el colegio, como Anastasio y te daba una palmada en la mejilla, casi una bofetada acompañada de una sonrisa.
Conocí yo a Jaime de Mora, el pianista, quien al serme presentado me preguntó, dado mi apellido, si era yo pariente del juez de vagos y maleantes, me espetó con alborozo.....”era un tío cojonudo”, me metió en la cárcel cuatro días.......ante lo que sentí el orgullo de mi apellido y la rectitud de los que lo han llevado.
La mas pequeña y la ultima en marcharse hace unas horas, Mari Carmen, soltera y de buena planta, ligada al "Opus Dei" desde que tengo memoria.
Mas de una vez me sugirió que me uniera a la “Obra” ante lo que yo callaba huyendo por el pasillo, nunca me dio buen palpito eso de las sectas.
Ignoro también la razón de su soltería, de esas cosas nunca tuve noticia.
La tía Sole no era hermana aunque se crió por orfandad en la familia, tuvo una vida como su nombre, de soledad, llena de ausencias por fallecimientos, maridos, hijos, padres.
Muy menuda y de luto permanente, tan permanente como su sonrisa al mirarnos a nosotros, los pequeños.
La pobre murió en un autobús en la Calle Serrano, sentadita en la fila de la derecha, que todos fueron gente de orden.
Siento desde ayer la desaparición de una familia entera, la de mi padre, de los que recuerdo las voces, las imágenes, las manos acariciando mi cabeza.
Fueron personas decentes, esforzadas y llenas de humanidad, gente corriente y buena, sin grandes ambiciones ni deseos de sobresalir.
Quizá con estas letras, los salve un poco del olvido, junto con las fotos pequeñas y gastadas ya, para que una generación mas los repiense y conozca de sus vidas, que mis coetáneos y los que vienen detrás lean esto y conozcan de las tías y los tíos que les han dado su ser y su biología, su genética y su cariño de seres buenos,
Años, muchos sin verla, es la ultima de lo que fue la familia de mi padre seis hermanos, mas una huérfana adoptada, la tía Sole.
El mayor, Manolo es solo un nombre, murió fusilado en Paracuellos, en una de las sacas de la Cárcel Modelo, un joven teniente de artillería, sin casar, buen jinete, que he visto yo fotos en blanco y negro de su estampa sobre el caballo, mucho escuché yo del tío Manolo, lastima de vida segada en esta península de gente enloquecida a veces.
Tío Anastasio, también militar, en esa familia se predicaba que los dos únicos oficios decentes eran la milicia o el sacerdocio, cosas de la época.
Llegó a coronel en la reserva, herido de guerra, se volvió muy beato y con su mujer la tía Mari, estaban a diario por las iglesias, de novenas y rosarios y cosas así, lo recuerdo de uniforme aunque no muy guerrero, quizá por influencia de la beatería. Serio y cordial, siempre preguntando por los estudios, no muy de caricias ni pellizcos en las mejillas, cosa que odian los niños.
Tía Nana (Antonia) y tía Lile (Matilde), solteras y siempre mayores, en su piso de la Calle Covarrubias con un perro pequinés que se llama Pocholo y ladra a los sobrinos.
Viven en el ático, con una azotea pequeña, antigua, sobre la que pasan las golondrinas, como flechas con sus gritos de verano.
El ascensor de madera acristalada, con unos cables delgados, en su lento viaje, me enseñó sobre el temor a la muerte y el vértigo de las alturas, lo frágil de la vida del ser humano.
Tía Lile, por un cuerdazo saltando a la comba, de niña, acabó casi ciega, con unas gafas de gruesos vidrios, apenas distinguía las imágenes.
Escribía con un punzón en idioma “Braille”, también leía con las yemas de sus delgados dedos que descifraban los puntos ordenados, misteriosos.
Tía Nana siempre alegre, me regalaba un paquete de tabaco por mi cumpleaños, con quince, dieciséis.....vaya regalo impropio lleno de amor y sonrisa.
Era Nana la que gobernaba el rumbo de la casa, muchas veces pidiendo ayuda a sus hermanos, quizá quedó soltera para proteger a su hermana invidente, nunca escuché yo hablar de estas cosas.
Emilio era mas atípico, arquitecto y de vida azarosa con guerra civil en Madrid incluida, de la que me contó muchas cosas en largas noches de charla.
Sentía la milicia, como hijo de General, educado entre alféreces y tenientes, tuvo una vida próspera, como tantos en la España del desarrollo, aunque con la llegada de la democracia se entristeció al recordar su juventud y el desastre de la república que acabo en matanza y escasez.
La jubilación y la salud, le hicieron pasar unos años apagados, como de espectador que vaticinaba turbulencias, lástima no haber sabido trasmitirle alegría, aunque quizá son así todos los finales, tristes y pacíficos.
Tío Jesús era juez, pero juez de los de antes, riguroso, serio y ascético, imparcial y severo.
Preguntaba siempre por el colegio, como Anastasio y te daba una palmada en la mejilla, casi una bofetada acompañada de una sonrisa.
Conocí yo a Jaime de Mora, el pianista, quien al serme presentado me preguntó, dado mi apellido, si era yo pariente del juez de vagos y maleantes, me espetó con alborozo.....”era un tío cojonudo”, me metió en la cárcel cuatro días.......ante lo que sentí el orgullo de mi apellido y la rectitud de los que lo han llevado.
La mas pequeña y la ultima en marcharse hace unas horas, Mari Carmen, soltera y de buena planta, ligada al "Opus Dei" desde que tengo memoria.
Mas de una vez me sugirió que me uniera a la “Obra” ante lo que yo callaba huyendo por el pasillo, nunca me dio buen palpito eso de las sectas.
Ignoro también la razón de su soltería, de esas cosas nunca tuve noticia.
La tía Sole no era hermana aunque se crió por orfandad en la familia, tuvo una vida como su nombre, de soledad, llena de ausencias por fallecimientos, maridos, hijos, padres.
Muy menuda y de luto permanente, tan permanente como su sonrisa al mirarnos a nosotros, los pequeños.
La pobre murió en un autobús en la Calle Serrano, sentadita en la fila de la derecha, que todos fueron gente de orden.
Siento desde ayer la desaparición de una familia entera, la de mi padre, de los que recuerdo las voces, las imágenes, las manos acariciando mi cabeza.
Fueron personas decentes, esforzadas y llenas de humanidad, gente corriente y buena, sin grandes ambiciones ni deseos de sobresalir.
Quizá con estas letras, los salve un poco del olvido, junto con las fotos pequeñas y gastadas ya, para que una generación mas los repiense y conozca de sus vidas, que mis coetáneos y los que vienen detrás lean esto y conozcan de las tías y los tíos que les han dado su ser y su biología, su genética y su cariño de seres buenos,
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