Años de andar por las autopistas cruzando España de cabo a rabo, siempre con prisa, últimamente en el AVE, a gran velocidad y con esas ventanillas herméticas por las que no se huele el tomillo o el azar de los montes.
Teniendo que ir a Valencia por motivos que no vienen a cuento, decidí esta vez hacerlo despacio, a mi aire, para cumplir un sueño antiguo, pisar el “Cerro de los Santos”.
Desde niño he admirado a la Dama Oferente, en el viejo arqueológico de la Calle de Serrano, siempre me interesaron los íberos, también los celtas, los españoles de antes de la ocupación romana.....no es que yo reniegue de los romanos, que nos dieron idioma y civilización, pero trato de imaginar a esas tribus íberas con sus sencillas costumbres, el celo por su independencia, sus jerarquías y sus creencias.
Años comerciando con fenicios y griegos, que se llevan el aceite y el oro y nos dejan estatuillas y baratijas, ingenuos los íberos.
Supe yo de ese santuario desde muy joven, que me dio por leer prehistoria y ver las estampas de las cabecitas del cerro, que los íberos llevaban a modo de exvotos, pidiendo quien sabe que cosas a quien sabe que dioses, hasta que me di de bruces con la dama tan sugestiva, que la mirara durante años junto a la de Elche y la de Baza, hembras recias todas ellas.
Así pues, me pongo en camino hacia Valencia, despacio y por carreteras antiguas y reviradas, paso por Ronda y mas tarde dejo a la derecha la vega de Antequera, donde la Cueva de Menga, también prehistórica, mas antigua que los íberos.
Después de Granada, con la Sierra Nevada a la derecha, camino de Murcia hay muchas mas sierras, cuyo nombre desconozco, solitarias y majestuosas, sierras y mas sierras.
Al bajar a Murcia pongo en el “maps” Monte Alegre del Castillo, que el camino es complicado y no hay personal para preguntar.
La señorita del teléfono me guía por parajes solitarios, con viñas y bosquetes de pinos, valles y estepas, tarde ya adivino mi destino, que efectivamente esta en un monte, aunque no es alegre, además no veo yo castillo alguno.
Paro en un bar y los paisanos, que beben cerveza, me indican el camino al cerro que busco, tiene un obelisco, no tiene pierde.
Me apresuro, pues el sol se encamina ya hacia el ocaso, casi ya de solsticio. Al poco, por un carril estoy al pie del cerro de los santos.
Trato de imaginarme los ocho siglos en que fue un centro de veneración y ofrenda, se que tras la conquista, los romanos construyeron un templo, después con la cristianización, fue destruido.
Con el tiempo todo fue olvidado y sepultado, que el tiempo se traga todo.
A mediados del siglo XIX se taló un bosquete que existía sobre tan singular loma, con las lluvias y la escorrentía, se destaparon de forma espontánea las primeras esculturas, que pronto provocaron la rapiña de un relojero llamado Amat, del pueblo próximo sin castillo ni alegría.
Hubo gran comercio de exvotos e incluso falsificaciones, muchas fueron a Francia........ cosas de los hombres.
Al rato el sol enrojece los montes, a lo lejos, sigo sin sentir de lo sagrado del cerro, asciendo despacio hasta la cima, por el otro lado la ladera es muy abrupta, miro despacio el obelisco abajo y un paisaje abierto y muy agreste, con tesos y cadenas de colinas de mediana altura.
Es un sitio muy solitario, rodeado de barbechos pardos y viñedos, ahora muy verdes.
Por un momento pienso que se me va a revelar, el misterio de miles de antepasados que peregrinaron aquí con sus ofrendas, con las cenizas de sus deudos quizá.
Pienso en la Gran Dama Oferente durante cientos de años, sepultada bajo estos terrones, escuchó el mismo silencio y vio estos mismos atardeceres, verano tras verano.
Pronto se viene la penumbra y aparece el lucero, mientras bajo hacia el carril, pienso que con tanta viña los fieles tentarían un buen caldo, caldo para reconfortarse de las emociones místicas, así que decido hacer lo mismo poniéndome en camino, hacia Almansa.
Una ultima mirada me hace percibir la blandura única de la forma del cerro, lo suave de su contorno.
Percibo el tono blanquecino de la tierra frente al ocre del contorno, entre tanta arista y despeñadero, tanta planicie en la que se pierde la vista.
Nunca sabremos el origen de la elección de este enclave como santuario, solo se conoce de los ocho siglos de ofrendas y oración, de la rapiña del relojero en el XIX y el abandono y la soledad que le esperan para el futuro, mientras la "Dama" reposa en el nuevo arqueológico de Serrano, aislada en una vitrina, sin calor, añorando estos horizontes lejanos y sagrados, bajo la mirada curiosa e indiferente de quienes nunca vendrán aquí, a este cerro misterioso.
Teniendo que ir a Valencia por motivos que no vienen a cuento, decidí esta vez hacerlo despacio, a mi aire, para cumplir un sueño antiguo, pisar el “Cerro de los Santos”.
Desde niño he admirado a la Dama Oferente, en el viejo arqueológico de la Calle de Serrano, siempre me interesaron los íberos, también los celtas, los españoles de antes de la ocupación romana.....no es que yo reniegue de los romanos, que nos dieron idioma y civilización, pero trato de imaginar a esas tribus íberas con sus sencillas costumbres, el celo por su independencia, sus jerarquías y sus creencias.
Años comerciando con fenicios y griegos, que se llevan el aceite y el oro y nos dejan estatuillas y baratijas, ingenuos los íberos.
Supe yo de ese santuario desde muy joven, que me dio por leer prehistoria y ver las estampas de las cabecitas del cerro, que los íberos llevaban a modo de exvotos, pidiendo quien sabe que cosas a quien sabe que dioses, hasta que me di de bruces con la dama tan sugestiva, que la mirara durante años junto a la de Elche y la de Baza, hembras recias todas ellas.
Así pues, me pongo en camino hacia Valencia, despacio y por carreteras antiguas y reviradas, paso por Ronda y mas tarde dejo a la derecha la vega de Antequera, donde la Cueva de Menga, también prehistórica, mas antigua que los íberos.
Después de Granada, con la Sierra Nevada a la derecha, camino de Murcia hay muchas mas sierras, cuyo nombre desconozco, solitarias y majestuosas, sierras y mas sierras.
Al bajar a Murcia pongo en el “maps” Monte Alegre del Castillo, que el camino es complicado y no hay personal para preguntar.
La señorita del teléfono me guía por parajes solitarios, con viñas y bosquetes de pinos, valles y estepas, tarde ya adivino mi destino, que efectivamente esta en un monte, aunque no es alegre, además no veo yo castillo alguno.
Paro en un bar y los paisanos, que beben cerveza, me indican el camino al cerro que busco, tiene un obelisco, no tiene pierde.
Me apresuro, pues el sol se encamina ya hacia el ocaso, casi ya de solsticio. Al poco, por un carril estoy al pie del cerro de los santos.
Trato de imaginarme los ocho siglos en que fue un centro de veneración y ofrenda, se que tras la conquista, los romanos construyeron un templo, después con la cristianización, fue destruido.
Con el tiempo todo fue olvidado y sepultado, que el tiempo se traga todo.
A mediados del siglo XIX se taló un bosquete que existía sobre tan singular loma, con las lluvias y la escorrentía, se destaparon de forma espontánea las primeras esculturas, que pronto provocaron la rapiña de un relojero llamado Amat, del pueblo próximo sin castillo ni alegría.
Hubo gran comercio de exvotos e incluso falsificaciones, muchas fueron a Francia........ cosas de los hombres.
Al rato el sol enrojece los montes, a lo lejos, sigo sin sentir de lo sagrado del cerro, asciendo despacio hasta la cima, por el otro lado la ladera es muy abrupta, miro despacio el obelisco abajo y un paisaje abierto y muy agreste, con tesos y cadenas de colinas de mediana altura.
Es un sitio muy solitario, rodeado de barbechos pardos y viñedos, ahora muy verdes.
Por un momento pienso que se me va a revelar, el misterio de miles de antepasados que peregrinaron aquí con sus ofrendas, con las cenizas de sus deudos quizá.
Pienso en la Gran Dama Oferente durante cientos de años, sepultada bajo estos terrones, escuchó el mismo silencio y vio estos mismos atardeceres, verano tras verano.
Pronto se viene la penumbra y aparece el lucero, mientras bajo hacia el carril, pienso que con tanta viña los fieles tentarían un buen caldo, caldo para reconfortarse de las emociones místicas, así que decido hacer lo mismo poniéndome en camino, hacia Almansa.
Una ultima mirada me hace percibir la blandura única de la forma del cerro, lo suave de su contorno.
Percibo el tono blanquecino de la tierra frente al ocre del contorno, entre tanta arista y despeñadero, tanta planicie en la que se pierde la vista.
Nunca sabremos el origen de la elección de este enclave como santuario, solo se conoce de los ocho siglos de ofrendas y oración, de la rapiña del relojero en el XIX y el abandono y la soledad que le esperan para el futuro, mientras la "Dama" reposa en el nuevo arqueológico de Serrano, aislada en una vitrina, sin calor, añorando estos horizontes lejanos y sagrados, bajo la mirada curiosa e indiferente de quienes nunca vendrán aquí, a este cerro misterioso.
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