octubre 04, 2015

Las cosas que pasan.

Después de un verano recluido, que los calores son malos para el motorista, se me pone esta mañana en el magín irme para Ronda, por Gaucín, quiero ver el campo y las sierras, que aquí no hay museos ni teatros, solo las sierras.
No llamo a nadie, que desde que se fue Manolo con su Harley negra, se nos ha quedado como un despego, como una desgana de reunirnos y notar su ausencia, así que arranco el motor, ligero de ropa que el aire esta templado y sin viento.
Me propongo ir despacio, viendo las cosas, sin tener que frenar en las curvas y sin darle al puño en las rectas.
Ronda no esta lejos, menos de cien kilómetros pero hay!!! mas de mil curvas, baches y riesgo de animales que te la pueden jugar, incluidos los hombres con sus veloces autos.
Recuerdo a Ruiz Mateos al pasar por La Almoraima, ya se murió y quizá mire ahora desde el mas allá, estas tierras expropiadas por el ministro Boyer, me acuerdo de la China ahora con el escritor y sonrío al pensar en lo banal de nuestra existencia, frente a la rotundidad del valle por donde esparzo el ruido de mi escape, entre cultivos de algodón que me hacen recordar la nieve, tan lejana ahora de mi vida.
Con estos filosóficos soliloquios, paso Jimena de la Frontera, miro su alcazaba en lo alto y me concentro en las primeras curvas de la subida a Gaucín.
Me siento en paz y mi mano controla el acelerador con prudencia, va a ser un camino armonioso, de pronto, el parabrisas del carenado golpea un insecto que se incrusta entre el forro del casco y mi sien.
Ya ha ocurrido otras veces, al instante el pinchazo, una avispa.
El temor quizá pueril a que el veneno me aturda, me hace frenar con prisa y apartarme a un carril a la derecha, pongo la pata de cabra y me quito el casco de un tirón, se caen las gafas de sol junto al cuerpecillo de la avispa, me tiento y extraigo el aguijón con parte de de las asaduras pegajosas, que impresión tan tétrica.
Me ensalivo los dedos y me doy masaje en la sien, una y otra vez, el dolor es intenso y decido encender un pitillo.
Por el carril llega un Land Rover del que se apea un pastor con su cayado, le pregunto si viene ganado y me espeta que mas de cien vacas.
Retiro la moto imaginando una estampida y charlo un rato con el.
Son retintas, solo comen pasto y ahora, las suben a la sierra, donde hay mas comida y muy pronto bellotas de alcornoque, al poco la esquila de una vaca y toda la manada al trote aparece, con los terneros y algunos toros, todos rojos como animales de cobre oxidado.
El vaquero corta la carretera y poco a poco, con la distracción de ver el ganado, olvido el dolor del aguijón.
Las vacas se alejan en una imagen como de película del oeste, miro la hora y me apresuro que querría comer arriba en Ronda.
Conozco bien cada roquedo y cada cruce, cada puerto y cada venta, me acuerdo de las paradas con Manolo y los otros, una caña, un pitillo, hoy no quiero parar sino en un valle de laderas de caliza que recuerdo casi al final del camino.
Tal es nuestra mente, que nos engaña, ese valle silencioso que yo esperaba, esta camino de Grazalema, me doy de bruces con unos adosados feos, estoy en Ronda.

En el “tajo” no se cabe, los visitantes van y vienen, bastante mayores y vestidos de turistas, miran embobados el precipicio y disparan fotos con un ruido que rompe el silencio, cric cric cric!!!........algunos con un palo, se toman un selfie, que así creo se llama, se contorsionan de espaldas al vacío para que la instantánea sea mas impresionante, da miedo verlos, una pareja de japos me producen incluso vértigo, están locos.
Me voy al rato, no quiero comer aquí con tanto personal, después de la soledad durante mi camino de subida.
Bajando a Marbella me paro en un ventorro donde hay multitud de motos, es sábado y los kamikazes toman allí sus cañas antes de lanzarse de nuevo a las curvas, arriba y abajo, que ya los conozco de antiguo y todavía, por  milagro, viven bastantes de ellos.

Bajo despacio hasta que ya se ve la costa, las casas de La Zagaleta y atrás San Pedro y el mar fundido con el cielo, como un telón de fondo.

Por el desentreno del verano, tengo los dedos anquilosados, cansancio en los muslos y algo de dolor en la espalda, así que es tiempo de comer algo y dar por concluido el paseo. Cada día trae su afán y esto es lo que trajo el segundo de octubre. 

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