El de casa se llamaba Anastasio, que es nombre proveniente del termino griego, "anástasis" viene a decir resurrección, aunque este del que me ocupo era más bien mortecino, taciturno le cuadra mejor.
De avanzada edad y aspecto sanguíneo, congestionado y algo obeso, de gran talla como se espera del mantenedor del orden en las escaleras y el ascensor.
Abre la doble puerta de madera pintada en verde, con puntualidad militar, a las ocho, llueva o nieve.
El día queda así inaugurado, con el contento del sereno asturiano, que ya muy borracho se encamina a su morada manojo de llaves colgado al cinto.
Anastasio con vestimenta de faena, fregotea el portal y le da un riego a las plantas del patio, de macetas con grandes hojas verdes como de la jungla.
Para las diez viste librea, verde también, como las hojas del patio, dos filas de botones dorados que le caen por bajo de las rodillas, lo que con su corpulencia le hacen aparecer como una autoridad, en la portería de la casa de pisos de ladrillo rojo.......
Cuando el anciano dueño del inmueble, el Dr. Ager, sale a sus quehaceres, saluda de forma servil y empalagosa, también a su señora, impedida e igualmente ya anciana.
El resto del día se recluye en su tabuco con la ventana de cristal, desde la que vigila la llegada de intrusos o de algún descuidero.
El portero vive en la portería, así que aunque la paga es escasa, no tiene hipoteca, el mal de nuestros días.
Durante años a través de sus gafas grandes, nos ve a los niños de la casa como un mal inevitable, propio de la biología pensará el.
Atiende a los repartidores y los envía con severidad, por la escalera de servicio, escalera ya inexistente incluso en ese barrio de Madrid con nombre de marques.
Con la democracia, el benéfico gobierno los convirtió en "empleados de fincas urbanas", aunque por economía de lenguaje la gente seguía preguntando por el portero, oficio que solo se conserva ya en el fútbol.
No obstante, algún menguado denominaría a Casillas como guardameta, todavía, caso de ser más menguado, diría guardameto, que la estulticia humana no tiene límite.
El caso es que Anastasio pasó muchos años guardando celosamente aquel gran portal de Serrano 46, ahora un “Hotel Boutique”, parece mentira las vueltas que da el mundo.
La casa de vecinos decente convertida en sucursal de cadena hotelera, con clientes extraños que salen y entran a diario, apenas unas horas de sueño para arrastrar de nuevo la maleta de ruedas, el señor Anastasio nunca hubiera aprobado la decisión de los deudos del Dr. Ager.
Nuestro portero pasó a mejor vida, no recuerdo en qué circunstancia, aunque para su fortuna pienso, antes de la aparición del portero automático, prodigio de la electrónica.
Supongo que algún departamento administrativo bautizó el invento como "empleado de finca urbana automático", esto ultimo no lo puedo asegurar.
Anastasio hubiera palidecido al ver su librea de doble botonadura dorada, sustituida pe un artilugio despreciable empotrado en el muro, aunque también con doble botonadura de plástico blanco.
Luego con los años han venido el cajero automático y el piloto automático, que infamia, que cualquier día se lanzará el arquitecto automático y quedaremos los del oficio consternados, como casi le ocurrió a Anastasio.
Compases, escuadras y cartabones arrinconadas y los lápices sin punta sobre los tableros ya inservibles.
De avanzada edad y aspecto sanguíneo, congestionado y algo obeso, de gran talla como se espera del mantenedor del orden en las escaleras y el ascensor.
Abre la doble puerta de madera pintada en verde, con puntualidad militar, a las ocho, llueva o nieve.
El día queda así inaugurado, con el contento del sereno asturiano, que ya muy borracho se encamina a su morada manojo de llaves colgado al cinto.
Anastasio con vestimenta de faena, fregotea el portal y le da un riego a las plantas del patio, de macetas con grandes hojas verdes como de la jungla.
Para las diez viste librea, verde también, como las hojas del patio, dos filas de botones dorados que le caen por bajo de las rodillas, lo que con su corpulencia le hacen aparecer como una autoridad, en la portería de la casa de pisos de ladrillo rojo.......
Cuando el anciano dueño del inmueble, el Dr. Ager, sale a sus quehaceres, saluda de forma servil y empalagosa, también a su señora, impedida e igualmente ya anciana.
El resto del día se recluye en su tabuco con la ventana de cristal, desde la que vigila la llegada de intrusos o de algún descuidero.
El portero vive en la portería, así que aunque la paga es escasa, no tiene hipoteca, el mal de nuestros días.
Durante años a través de sus gafas grandes, nos ve a los niños de la casa como un mal inevitable, propio de la biología pensará el.
Atiende a los repartidores y los envía con severidad, por la escalera de servicio, escalera ya inexistente incluso en ese barrio de Madrid con nombre de marques.
Con la democracia, el benéfico gobierno los convirtió en "empleados de fincas urbanas", aunque por economía de lenguaje la gente seguía preguntando por el portero, oficio que solo se conserva ya en el fútbol.
No obstante, algún menguado denominaría a Casillas como guardameta, todavía, caso de ser más menguado, diría guardameto, que la estulticia humana no tiene límite.
El caso es que Anastasio pasó muchos años guardando celosamente aquel gran portal de Serrano 46, ahora un “Hotel Boutique”, parece mentira las vueltas que da el mundo.
La casa de vecinos decente convertida en sucursal de cadena hotelera, con clientes extraños que salen y entran a diario, apenas unas horas de sueño para arrastrar de nuevo la maleta de ruedas, el señor Anastasio nunca hubiera aprobado la decisión de los deudos del Dr. Ager.
Nuestro portero pasó a mejor vida, no recuerdo en qué circunstancia, aunque para su fortuna pienso, antes de la aparición del portero automático, prodigio de la electrónica.
Supongo que algún departamento administrativo bautizó el invento como "empleado de finca urbana automático", esto ultimo no lo puedo asegurar.
Anastasio hubiera palidecido al ver su librea de doble botonadura dorada, sustituida pe un artilugio despreciable empotrado en el muro, aunque también con doble botonadura de plástico blanco.
Luego con los años han venido el cajero automático y el piloto automático, que infamia, que cualquier día se lanzará el arquitecto automático y quedaremos los del oficio consternados, como casi le ocurrió a Anastasio.
Compases, escuadras y cartabones arrinconadas y los lápices sin punta sobre los tableros ya inservibles.
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