Las recordé por esas arbitrariedades que comete el cerebro, órgano sin control y de gran misterio, que nos sorprende con ocurrencias y memorias inesperadas.
Recordé la cazuelita de barro vidriada, con su aceitillo en el fondo, sus ajos dorados, la roja guindilla y los gusanillos de lomo gris lubricados, con sus ojitos negros que ya no miran nada.
Venían tapadas de la cocina para no enfriarse y al descubrirlas todavía bullían, en su breve rehogar, que no era sino un amen lo que necesitaban estar al fuego.
El tenedor de palo era parte del ritual, con los años vino envuelto en un plástico odioso que demoraba el acto de engullir el primer bocado, anuncio quizá del ocaso e industrialización de tan mágico manjar.
Como tantas cosas simples y delicadas desapareció de nuestras vidas sepultado por la masificación y la vorágine.
Se encontraban en las tasquillas y caseríos, no lejos de las rías en las que se pescaban, a la noche con luz y reteles, en los meses con erre.
Las angulas eran asequibles incluso para estudiantes, aunque no para diario claro, pero siempre en temporada caían algunas cazuelas.
Con la congelación empezó la cuesta abajo del plato y la subida del precio, podías comerlas en mayo o junio, pero ya no fue lo mismo.
No comprendo las causas de su desaparición, las rías se contaminaron y se dijo que venían de Marruecos, se hicieron populares con lo que creo que se las comieron todas, las de todos los ríos.
Escucho en Navidad los precios prohibidos y medito sobre mi juventud, que yo no sabia se paso en el paraíso de la sencillez.
Ahora todo ocurre en China, se habla de los chinos que si tal y que si cual, quizá son los que se comen las angulas en estos tiempos, como son tantos no nos llegan aquí, solo esa cosa fabricada a la que llaman gulas, pero no es lo mismo.
No existe la memoria de los sabores, puedo recordar un concierto de piano de Mozart casi de la primera nota a la ultima pero hay!!! no recuerdo como sabían las angulas a la bilbaína.
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