Hay acontecimientos terribles, desgraciados y tétricos, aunque no muchos afortunadamente.
Entre los niños de mi “pandilla” infantil había tres de Bilbao, dos mellizos, Ricardo y Jose, el hermano mayor, Emilio.
Los padres Emilio y Emilia, extraña coincidencia el que ademas la tata de ese verano se llamara también Emilia.
En aquellos años se ahogaba mucha gente en las playas, no sabían nadar y al perder pie con una ola o por la resaca, se angustiaban y con los nervios y el agobio......se ahogaban.
Aquel verano le toco a la pobre Emilia, la tata, de mis amigos.
Luego la escena habitual varias veces en verano, un corro de gente cerca de la orilla, alguien experto en salvamento, haciendo el boca a boca y unos fuertes golpes en el pecho.
Entonces no existían socorristas ni protección civil, policía municipal, el SAMUR, todas esas cosas de ahora que producen el déficit fiscal.
Los niños miramos curiosos el color cárdeno del cuerpo sobre la arena dorada, algo violácea, a la mujer hierta boca arriba, le van a quitar el traje de baño y nos gritan para que nos larguemos mientras miramos de reojo la boca que expulsa espuma blanquecina.
Emilia no recuperó la vida, caras contritas y lagrimas de mis amigos, aunque la muerte entonces era algo abstracto, poco real para nosotros tan llenos de vida.
Las olas, grandes y asesinas con su melena blanca son el telón de fondo de tan desgraciada escena, con su ruido atronador de fondo, el sol pálido del Cantábrico ilumina el drama.
Años mas tarde, por boca de mi madre supe sobre el desenlace de este suceso.
Avisados los padres de la fallecida, que vivían en un pueblo de Castilla, para venir al sepelio, la gente caritativa del pueblo, decide ya a la noche que hay que vestir con un hábito a la pobre Emilia.
Los mas jóvenes, entre ellos mi tío Rafa, acuden después de cenar para adecentar el cadáver.
El cementerio esta en una barranca sombría a las afueras, pequeño y lleno de tumbas antiguas con cruces blancas cercadas con un muro de piedra alto, una capilla con su mesa de basalto para las autopsias en el centro, sobre la que yace el cuerpo, ya frío y marmóreo como las cruces y las lapidas.
Al incorporarla para vestirla con el habito, tras la respiración artificial de la playa, el tórax lleno de la pobre difunta, exhala una HAAAAAAA!!!!!! producto del aire al pasar por las cuerdas bucales ya inertes pero tensas.
El grupo de jóvenes con mi tío Rafa a la cabeza, sucumbe al pánico, sueltan a la ahogada con gran golpe de cráneo en la mesa pétrea, confusión de carreras en la oscuridad camino de la verja de hierro que da a la calle de los muertos.
Ahora todo es mas luminoso y animado, la vida misteriosa casi ya no existe, los espíritus, el miedo, lo telúrico, son cosa del pasado en blanco y negro.
Este sucedido, fue recordado mucho tiempo en mi cabeza infantil como algo mágico y siniestro, penoso también al ver a mis amigos llorar por la muerte de Emilia, cómico por el susto de los mayores ante el miedo al sonido emitido por la muerta.
Casi nadie recuerda ya a la tata Emilia, de no mas de veinte años, seguro que Ricardo Jose y Emilio, casado mas tarde con mi prima Tere si la tienen en la memoria.
El mar ha sido fuente de sucesos dramáticos para mi niñez, junto a las gigantes olas con las que jugábamos, representó dramas como este, de gran dolor y ya entonces sin explicación para mi, la desaparición de una vida.
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