enero 16, 2014

Yuste.

Hoy estuvieron en Yuste los prohombres, Rajoy y Durao Barroso, no muy parecidos al César, Carlos V.

De muy joven pase unos días allá, en la hospedería, como único huésped de ese lugar mágico y tan cargado de historia y espiritualidad.
Fue una Semana Santa, por mediación de un buen amigo extremeño, cuyo padre era protector del monasterio, mediante una asociación llamada “Los caballeros de Yuste”.
Cargado de libros de ensayo, alguna novela y mi petate, en mi viejo Beetle, gris aviación, como de la guerra mundial, con su pequeña ventana plana detrás.
En la falda de Gredos esta el monasterio, sierra muy querida y recorrida a golpe de bota, desde el pico Almanzor hasta abajo, en el pantano del Rosarito.
Fue este cenobio encomendado a la orden de los Jerónimos, que se dedicaban a la oración y al culto cantado, con el místico gregoriano, tan apreciado por mi.
A la llegada golpeo el portón y  me recibe el hermano portero, quien me explicó las reglas y me conduce a mi habitación en la hospedería, mas allá de los dos claustros, separado de los monjes.
La morada es monacal, una estrecha y fría cama, una pequeña ventana al campo y un lavabo con grifo de agua helada.
Las comidas en el refectorio, con los monjes, yo estaba dispensado del desayuno que ellos hacían muy temprano, después de maitines.
A la hora de la cena, gran decepción, atravieso el enorme edificio con una linterna y en el refectorio, como para cien monjes, solo cinco monjes y un novicio, una comunidad agonizante.
Aquella noche asistí a los “laudes” en la sillería de roble del coro, a la luz de unas velas el prior reza en latín, “si morimos esta noche acogenos en tu seno..............” que sensación de desvalimiento.

Mas tarde ya en mi habitación, unos nudillos golpean la puerta.....adelante, es el prior, quien me instruye sobre la estufa de butano, el frío es clamoroso.


En mi intención de no parecer derrochador, le digo que no la encenderé mientras duermo, a lo que me responde que no importa pero que tenga cuidado de cerrar la llave de la bombona, pues la semana anterior un huésped se había intentado suicidar, intento fallido gracias al clareo inferior de la puerta, por el que el gas, mas pesado, salió hacia el corredor.
Pase una mala noche, con mi lectura de “la agonía del cristianismo” de Unamuno, la bombona naranja a los pies, el gemir del viento helado por los arcos de piedra de granito tallado.
Conocí bien los aposentos del emperador, el hombre mas poderoso del mundo que fue a yacer de forma humilde en el corazón de España, a prepararse para bien morir que se decía entonces.
En los paseos por los claustros me cruzaba con algún monje, con su habito pardo y las manos embutidas en las mangas, los brazos cruzados, si decir hola ni adiós.
El prior intimó algo conmigo y me obsequió con un recital de órgano con obras de Bach y Pachelbel, aunque súbitamente dejó el teclado y repitió de forma obsesiva, no puedo, no puedo.
Tenia el prior crisis de vocación y le dispersaba la interpretación al teclado, era un buen organista.
Me hizo sus confidencias, el origen de su decisión de tomar los hábitos, la dureza de la vida en esa comunidad tan depauperada, su soledad, sus dudas al ver a las chiquitas de Cuacos cuando iba a hacer la compra con la furgoneta.
Con los días se colaba de rondón en mi cuarto y me pedía tabaco, a lo que yo accedía gustoso, en una de esas charlas me espetó que Dios me enviaba a Yuste para restablecer las vocaciones y volver al esplendor pasado de la Orden Jerónima.

Un mañana la nieve bajo hasta los claustros, pase tiempo por el de estilo plateresco, mi preferido, también entraba con frecuencia en la iglesia, de buena fabrica, aunque pobre de retablo, que la francesada lo empleo de cuartel y quemo casi todo lo que ardía.
Desde aquel tiempo, Yuste es sitio querido y poseído, supe que los monjes desaparecieron y que se busca una nueva función para tan singular pieza de nuestro patrimonio.

En todo caso me alegra saber, que los padres de la patria, hayan visitado Gredos y que el factótum de Europa, quizá ha meditado al ver la morada de quien fue el César de la Europa original, la que hablaba latín y creía en las mismos principios.

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