Recordaba yo el Museo Antropológico, de mis tiempos de estudiante, bazar de objetos polvorientos, cochambroso y solitario, en un Madrid tranquilo, muy diferente a este de ahora.
Me impresionó de joven “la momia guanche”, mujer canaria apergaminada y expuesta entonces a la curiosidad del escaso publico, en aquel caserón destartalado obra del Marques de Cubas, arquitecto con título.
Al estar frente a Atocha, lo he mirado innumerables veces, con la duda de si seguiría expuesta tan desdichada hembra, que todos merecemos algún día el descanso eterno.
Me asaltó el pensamiento cuando hace años, ocurrió lo del “negro de Bañolas”, hecho infeliz que causo escándalo, por tener a uno de ese color expuesto como si de una mariposa o escarabajo se tratase, o sea como de colección de ciencias naturales.
EL negro fue retirado de la exposición y recibió, no se yo si....cristiana sepultura, que a saber de que creencia seria el mandingo.
Así pues hoy hice un alto en mi camino y traspasé la puerta del museo, tras mas de cuarenta años de mi ultima visita.
Pago tres euros en un tabuco, con dos taquilleras entradas en años y en carnes, me encamino a una sala en penumbra donde satisfago mi curiosidad.
Allí esta, tumbada en urna de cristal, la momia guanche, al menos mejoró de postura, pues que yo la recuerdo de pie y sin urna, no han pasado los años por ella, esta igual.
Con gran sorpresa, a pocos metros un gran esqueleto bien compuesto de un hombre muy alto, leo un cartel antiguo, “el gigante de Extremadura”, también en urna de cristal, con la talla.....2.25m.
Así pues el negro de Bañolas no causo efecto alguno en estos dos desdichados seres que siguen expuestos en un pequeño museo lleno de funcionarios y a 27º de temperatura, que recauda no mas de 300€ al día, causa entre otras de la ruina nacional, aunque esto a los dos solitarios de la sala en penumbra se les importa una higa.
En una de las galerías superiores, una maestra nacional explica a unos niños pequeños, con peinados de futbolista, el descubrimiento de America.
No creo que les lleven a la sala de los difuntos, seria impropio y motivo de pesadillas y traumas para nuestros escolares, aunque a la entrada de la lúgubre pieza, no hay ningún cartel que prohiba la entrada a menores.
Por lo demás, el museo exhibe cachivaches y ropajes, idolillos y dos grandes canoas de madera, procedentes de Filipinas, no quedo mucho mas de nuestro paso por aquellas tierras.
Resuelta mi duda, no creo que vuelva nunca mas a semejante monumento al despilfarro, uno de tantos, ni tan siquiera para saludar de nuevo a la momia canaria.
Quizá a partir de hoy, me de por imaginarme las largas noches de invierno, mano a mano la momia y el gigante, confortablemente tumbados y a veintisiete grados, quizá hablen de su pasado tan dispar, isleña la una y de La Puebla de Alcocer el otro, que el destino los unió y que ni la muerte los separa ya.
Mientras, los vivos tiritan en sus casas según ese concepto nuevo de la “pobreza energética” , que muchos estarían encantados de pernoctar junto a estos muertos, al calor de la ubre del estado, bajo la tutela de los numerosos celadores a modo de ley de dependencia y repartiendose la recaudación diaria, para saborear un desayuno caliente.
Me impresionó de joven “la momia guanche”, mujer canaria apergaminada y expuesta entonces a la curiosidad del escaso publico, en aquel caserón destartalado obra del Marques de Cubas, arquitecto con título.
Al estar frente a Atocha, lo he mirado innumerables veces, con la duda de si seguiría expuesta tan desdichada hembra, que todos merecemos algún día el descanso eterno.
Me asaltó el pensamiento cuando hace años, ocurrió lo del “negro de Bañolas”, hecho infeliz que causo escándalo, por tener a uno de ese color expuesto como si de una mariposa o escarabajo se tratase, o sea como de colección de ciencias naturales.
EL negro fue retirado de la exposición y recibió, no se yo si....cristiana sepultura, que a saber de que creencia seria el mandingo.
Así pues hoy hice un alto en mi camino y traspasé la puerta del museo, tras mas de cuarenta años de mi ultima visita.
Pago tres euros en un tabuco, con dos taquilleras entradas en años y en carnes, me encamino a una sala en penumbra donde satisfago mi curiosidad.
Allí esta, tumbada en urna de cristal, la momia guanche, al menos mejoró de postura, pues que yo la recuerdo de pie y sin urna, no han pasado los años por ella, esta igual.
Con gran sorpresa, a pocos metros un gran esqueleto bien compuesto de un hombre muy alto, leo un cartel antiguo, “el gigante de Extremadura”, también en urna de cristal, con la talla.....2.25m.
Así pues el negro de Bañolas no causo efecto alguno en estos dos desdichados seres que siguen expuestos en un pequeño museo lleno de funcionarios y a 27º de temperatura, que recauda no mas de 300€ al día, causa entre otras de la ruina nacional, aunque esto a los dos solitarios de la sala en penumbra se les importa una higa.
En una de las galerías superiores, una maestra nacional explica a unos niños pequeños, con peinados de futbolista, el descubrimiento de America.
No creo que les lleven a la sala de los difuntos, seria impropio y motivo de pesadillas y traumas para nuestros escolares, aunque a la entrada de la lúgubre pieza, no hay ningún cartel que prohiba la entrada a menores.
Por lo demás, el museo exhibe cachivaches y ropajes, idolillos y dos grandes canoas de madera, procedentes de Filipinas, no quedo mucho mas de nuestro paso por aquellas tierras.
Resuelta mi duda, no creo que vuelva nunca mas a semejante monumento al despilfarro, uno de tantos, ni tan siquiera para saludar de nuevo a la momia canaria.
Quizá a partir de hoy, me de por imaginarme las largas noches de invierno, mano a mano la momia y el gigante, confortablemente tumbados y a veintisiete grados, quizá hablen de su pasado tan dispar, isleña la una y de La Puebla de Alcocer el otro, que el destino los unió y que ni la muerte los separa ya.
Mientras, los vivos tiritan en sus casas según ese concepto nuevo de la “pobreza energética” , que muchos estarían encantados de pernoctar junto a estos muertos, al calor de la ubre del estado, bajo la tutela de los numerosos celadores a modo de ley de dependencia y repartiendose la recaudación diaria, para saborear un desayuno caliente.
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