Nadie repara en ellos a diario, que pocos diferencian un fresno de un pino.
A mi, la muerte de este alcornoque me ha conmovido.
Los arboles mueren de viejos, o tumbados por el temporal o segados por la motosierra moderna y ruidosa.
Este es un gran alcornoque, debió ser un retoño allá por cuando la lucha contra el francés, que muchos pasan de los doscientos años y este es un ejemplar frondoso, de tronco grueso y robusto.
Debió nacer en lo que fuera una dehesa, salvaje y con poca presencia de ser alguno, con los años, tras clarear el bosque, pasto para unas pocas vacas retintas que por aquí se crían.
Con el tiempo Alfredo construyó su casa, la primera de por aquí, quizá eligió el sitio cerca de tan hermosa sombra, frente a este gran ejemplar que hoy me hace recordar de nuevo a Freddy.
Son arboles delicados como el ser humano, que en una semana les da un resfrío y las hojas se tornan pardas y una vez secas, se caen.
Queda el tronco y las ramas intactas, aunque con el invierno las mas finas empezarán a caer, luego las mas gruesas, alguna mano piadosa lo podará definitivamente, para dejarlo como soporte de una enredadera o alguna buganvilla.
Pareciera ahora como esos de hoja caduca, en espera de la primavera para retoñar con fuerza, pero este ya no dará mas bellotas ni las águilas harán guardia entre su follaje.
Al contrario que nosotros, que nos quitan de la vista en apenas unas horas de fallecer, este gran ser inerte y callado para siempre, está como expuesto de cuerpo presente que se dice, aunque pocos reparan en el, que los ojos de los que andan ahora por aquí están en mirar otras cosas.
Vidas inmóviles y silenciosas, años cumpliendo el ciclo de la naturaleza, alimentando a tantos pajarillos, quien sabe si alguno de los alcornoques cercanos serán de su misma genética, como hijos suyos.
Estos seres longevos, de forma callada desaparecen sin esperanza del mas allá, o acaso haya un cielo para los arboles, sera como un infinito bosque ese cielo.
Recuerdo con frecuencia a Alfredo y se que lo habrá sentido también, como yo estará conmovido, cuantas veces habrá colgado su hamaca filipina para dormitar bajo su frescor, en una tarde de principio de agosto, como esta en la que ahora escribo mientras un suave levante no mueve ya las hojas de su gran alcornoque.
A mi, la muerte de este alcornoque me ha conmovido.
Los arboles mueren de viejos, o tumbados por el temporal o segados por la motosierra moderna y ruidosa.
Este es un gran alcornoque, debió ser un retoño allá por cuando la lucha contra el francés, que muchos pasan de los doscientos años y este es un ejemplar frondoso, de tronco grueso y robusto.
Debió nacer en lo que fuera una dehesa, salvaje y con poca presencia de ser alguno, con los años, tras clarear el bosque, pasto para unas pocas vacas retintas que por aquí se crían.
Con el tiempo Alfredo construyó su casa, la primera de por aquí, quizá eligió el sitio cerca de tan hermosa sombra, frente a este gran ejemplar que hoy me hace recordar de nuevo a Freddy.
Son arboles delicados como el ser humano, que en una semana les da un resfrío y las hojas se tornan pardas y una vez secas, se caen.
Queda el tronco y las ramas intactas, aunque con el invierno las mas finas empezarán a caer, luego las mas gruesas, alguna mano piadosa lo podará definitivamente, para dejarlo como soporte de una enredadera o alguna buganvilla.
Pareciera ahora como esos de hoja caduca, en espera de la primavera para retoñar con fuerza, pero este ya no dará mas bellotas ni las águilas harán guardia entre su follaje.
Al contrario que nosotros, que nos quitan de la vista en apenas unas horas de fallecer, este gran ser inerte y callado para siempre, está como expuesto de cuerpo presente que se dice, aunque pocos reparan en el, que los ojos de los que andan ahora por aquí están en mirar otras cosas.
Vidas inmóviles y silenciosas, años cumpliendo el ciclo de la naturaleza, alimentando a tantos pajarillos, quien sabe si alguno de los alcornoques cercanos serán de su misma genética, como hijos suyos.
Estos seres longevos, de forma callada desaparecen sin esperanza del mas allá, o acaso haya un cielo para los arboles, sera como un infinito bosque ese cielo.
Recuerdo con frecuencia a Alfredo y se que lo habrá sentido también, como yo estará conmovido, cuantas veces habrá colgado su hamaca filipina para dormitar bajo su frescor, en una tarde de principio de agosto, como esta en la que ahora escribo mientras un suave levante no mueve ya las hojas de su gran alcornoque.
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