noviembre 20, 2014

El viaje moderno.

También los que están en prisión, hacen su vida de diario y tan contentos, nos acostumbramos a la sumisión y a las arbitrariedades, rebelarse a diario es cansado.
Son millones los que viajan al año en Europa en avión, por cierto, los aviones ya no se caen casi nunca y la verdad es que van muy rápido, convirtiendo un viaje de un mes hace un siglo, en unas horas en el presente.
Sentados en la butaca, saltamos sobre cordilleras y estepas, ríos y chubascos, calores y fríos.
Pienso sobre el disfrute, el sentido del viaje, que desapareció ya.

Ese tiempo ese estado transitorio, de observación y reflexión, el cambio del paisaje, conocer nuevas gentes y comidas.......vivencias que han desaparecido en el viaje moderno.
No tenemos ya ni tiempo ni peculio para emplear unos meses, para llegar a un lugar distante.
Hace cien años eran pocos los que viajaban, que ahora son multitudes los que cambian de continente para, tomar el sol unos días, tener una reunión de negocios o ver a los parientes emigrados.
Hay un primer trayecto al aeropuerto que puede ser muy confuso.

Se llega a un tinglado de carteles y terminales, en el que reina la confusión, un error y cunde el pánico, no se sabe donde dejar el coche y el tiempo transcurre en nuestra contra, el avión se marchará sin nosotros, quedando en estado de desolación..
El paso apresurado con el rumor de las ruedillas de la maleta, en un confuso ballet de multitudes que arrastran también sus pertenencias embaladas.
Buscar el mostrador para enseñar el billete, en una larga cola de gentes dispares, todas ellas mal vestidas y entregadas a la fatalidad del transito sumiso, el destino inexorable, la perdida del albedrío por unas horas.
Desde que algún desalmado puso una bomba en un avión, se acepta el que todos seamos sospechosos de sacar un billete para matar inocentes o secuestrar el aeroplano para ir a Cuba o a Beirut, destinos populares en los ochenta.
El escáner mira en nuestro equipaje, nosotros, en interminables colas, demostramos que somos inocentes.
Los pasajeros, pacientemente se despojan de sus cinturones, zapatos, relojes....todo lo que pueda hacer sonar el maldito arco, que siempre acaba pitando por unas perrillas olvidadas en un bolsillo.

Pasado el trance, el desgraciado viajero se encamina a buscar su puerta de embarque, con el tiempo que juega en su contra y los altavoces que anuncian que no se puede fumar.......con lo bien que vendría ahora encender un cigarro ante tanto estrés.
Sorpresa, no hay rastro de la puerta de embarque, por el contrario hay tiendas de perfumes, de tabaco, de relojes.....el pasajero confuso siente la tentación de atacar los anaqueles de baratijas que algún idiota ha planeado, poner en su angustioso camino, para ver si se deja unos euros en el tránsito.
Al fin ya relajado, la larga cola para entrar en el aparato que nos llevará por sobre las nubes a miles de kilómetros, sin ver el cambio gradual del paisaje y la geografía, las gentes la vegetación la arquitectura.
La llegada es mas fácil, que nadie es sospechoso de poner bombas acabado el trance.
Se espera de nuevo en un sitio donde las maletas dan vueltas en busca de su dueño, la salida es franca sin registros ni cacheos, bueno eso si no vas a ver a los yankees, que ellos son recelosos de todos los que van a visitarles.
Deberían los prohombres expedir tarjetas de “hombres de bien”, incapaces de poner explosivos ni ocultar navajas para secuestrar el vuelo que toman.
Por unos pocos facinerosos estamos todos pringados, miles de sueldos de vigilantes, millones de horas perdidas.

El viaje moderno es incomodo y confuso, lo que me induce a moverme poco, solo para visitar parientes que tuvieron que abandonar el solar patrio, que aquí no hay como ganarse el cocido y se nos van marchando los allegados lejos, donde hay algo mas inteligencia y honradez.


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