noviembre 26, 2014

Ir a la compra.

La memoria es flaca y los primeros años de la infancia son un tropel de recuerdos, sensaciones e instantes que, con el tiempo se fosilizan y quedan como unos cromos, borrosos y confusos.
No sabemos si esto o aquello era con siete, cuatro o cinco años, además no solemos tratar de reflexionar sobre ellos, son solo imágenes y sonidos, sabores y caricias.
Uno de mis cromos desvanecidos y sin color, son unos paseos matutinos de la mano de mi madre, a la compra, por la calle, quizá por estar convaleciente de paperas o escarlatina, que me redimían de ir a un colegio de monjas en Don Ramón de la Cruz, donde me enviaban a desbravarme con otros infantes salvajes del barrio.
Las paradas bajo las acacias eran constantes, con otras señoras que te pellizcan las mejillas y dicen “que mono el niño”..... “como ha crecido”, después se establece un dialogo sobre fulanita que esta muy enferma, o que menganita tuvo un mal parto, también sobre la mala cara por el sarampión o la bronquitis del niño.
Estas señoras que te soban el flequillo, por un simple calculo matemático, serian de la edad de Sara Carbonero, por poner un ejemplo, aunque claro en el cromo aparecen como unas mujeres mayores, con sombrero y vestimentas grises o negras, algunas con velo por la cara.
Hay en la memoria encuentros placenteros, los abuelos del brazo camino de misa, o a tomar una caña, las caricias de la abuela no molestan, su dulce mirada azul hace sonreír y ahora vienen, las tiendas.....

En Ultramarinos Olmedo, el encargado de bata inmaculada y pelo negro planchado con fijador, saluda de forma zalamera, siempre cae una galleta María o unas aceitunas, toma chaval!!!.
No he vuelto a oler aquella mezcla de legumbres, frutos secos, carne de membrillo y yo que se, la mezcla de mil cosas, que antes nada venia en latas mas que las anchoas, todo se vendía en papeles de estraza, después de pesarlo en aquellas balanzas blancas ya desaparecidas.
Hasta el concepto de ultramarinos era bonito, con los barcos de vela trayendo los sacos de América o de las Filipinas.
Quesos abiertos y bacalaos como pergaminos colgados del techo, aceite a granel y especies que lo adoban todo, pimentón, perejil, comino.
Calle abajo mi único interés es detenerme ante el escaparate de “El Paraíso de los Niños”, donde hay motoristas en motos de lata, aviones que cuelgan de un hilo, coches y trenes eléctricos, las muñecas no las miro que eso es de niñas, tampoco los juegos de plumero recogedor y escoba.
A veces toca corte de pelo en “Hermanos Benitez” donde sentado en la sillita me niego a contestar.....que vas a ser futbolista o torero, además los pelos se cuelan por el cuello y te dejan con un flequillo como de niño de pueblo.
Mas señoras que pellizcan los mofletes, bajo las acacias, niño no metas el pie en el alcorque..... y finalmente la Carnicería.

Luis de Blas tenia una carnicería hermosa, con gran abertura a la calle y dos vitrinas a ambos lados.
En Navidad montaban un belén y los cerditos lechales estaban vestidos de angelitos, con trajes de fantasía, cosas de la época.
Era Luis el carnicero,  hombre con bigote negro y cara redonda, el pelo rizado corto y también muy negro, expresión amable, el pregunta que desea la señora? y el cliente duda, lomo de ternera? o unos filetes de faldilla, unas chuletas de cordero o, me pica doscientos gramos de carne picada de lomo alto....
Domingo es el ejecutor, sobre un gran tarugo de madera y con un cuchillo de perfil ovalado, asesta grandes tajos a la pieza, depositándola luego sobre el mismo papel de estraza y parecida balanza a la que había en Olmedo.
Domingo tiene un ojo saltón y en mi imaginación ocurrió al levantar el machete para asestar un tajo al costillar de una ternera, no se si esto era real o producto de un relato, el caso es que miro con temor cada vez que la afilada hoja se aproxima a su rostro, antes de descargar el tajo, sonoro y contundente.
Una camioneta se detiene frente a la tienda y un hombre encapuchado y cubierto con un mandilón, descarga una vaca descabezada y abierta en canal, atraviesa la tienda entre el publico y desaparece por una puerta tras el mostrador.

Ya camino de la calle un grito, toma chaval, el propio Luis con un cuchillo estrecho y cortante me separa una loncha de jamón casi con grueso de taco, que voy masticando lentamente, para que nunca se acabe, camino de casa donde me espera la comida y la siesta.

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