noviembre 03, 2014

Teatro Real.

Era entonces un teatro modesto, con butacas de tapicería carmesí, desgastada en los brazos, escenario austero y un gran órgano con sus tubos de cinc al fondo.
Actuaba los sábados por la noche y domingos mañaneros la Orquesta de RTVE, los viernes, mas elegantes a la tarde, la Orquesta Nacional.

Allí conocí yo a Ravel, Brukner, Shostacowich Sibelius......... que a los maestros ya los escuchaba en casa desde niño.
Presenciaba a interpretes ahora legendarios....Paula Tortelier con su padre, Celibidache con sus larga melena blanca y Wanda Landowska, ya muy vieja, resucitando a Bach con sus dedos quizá artríticos pero llenos de pasión.

Añorado Teatro Real para musicólogos nocturnos, hasta que ganó las elecciones otro partido, cuando el vicepresidente irrumpió en el palco sobre el escenario con su novia de larga melena, haciendo manitas mientras suena la novena de Mahler.
El caso es que a los nuevos gobernantes, les pareció pobretón el negocio y decidieron hacer un gran teatro de opera.
Años de obras y una fortuna quizá sin pagar todavía, que el déficit viene ya de antiguo. 
Adiós a las jornadas de música sinfónica, baratas y sugerentes, que la opera es muy cara y muy aburrida para la mayoría, Madrid no tenia tradición, como la que mantiene el Liceo de Barcelona.
Que nostalgia de aquellas sesiones intimas en que en los silencios se escuchaba el rumor del metro de Opera incluso el teatro retemblaba a su paso.
Los habituales se saludaban y en el entreacto opinaban sobre las obras del día, la vestimenta era sencilla aunque formal, muchos de los varones con corbata y las damas con cierta elegancia, propia del evento.
Había un anciano loco a quien el enfermero sentaba en su sitio, dejándolo solo, algunos días la música lo alteraba y hablaba solo en voz alta, una vez mencionó un personaje conocido y dijo a voz en grito que era “maricón”, con gran divertimento de algunos.

El director algunas veces interrumpía la obra y el enfermero se llevaba al loco, era hombre muy conocido.
Alguna noche llegaba la Reina y se escuchaba el himno, que con la orquesta parecía diferente que con una banda, mas solemne, se aplaudía y empezaba la función.
En primavera en el descanso, después de un café, salir a la terraza a contemplar la fachada del palacio, mientras el sol se pone allá por los Carabancheles.
Vivía yo muy cerca, en una pequeña calle donde aparcaban los coches de los que iban al concierto, unos drogatas legendarios les robaban las radios tras romper la ventanilla, sería barata entonces la droga supongo.
Tan familiar era todo que descubrí al cabo del tiempo, la entrada de los músicos.
Era normal aparcar la moto en esta entrada y traspasar con decisión al ordenanza que me mira indiferente.
Tras un vestíbulo, unas escaleritas y aparezco en un palco sobre el patio de butacas, con cortinas de terciopelo, sentado escucho la música, si no me interesa, me largo por el mismo camino a mi casa, con un buenas noches al de la garita, quien debía pensar que era yo de la dirección o un violinista descarriado.
Es algo pueril, pero recuerdo yo en un entreacto ir al baño de los músicos junto a Pedro Corostola, primer chelo de la orquesta de la televisión, mi ídolo por entonces.
Otra forma de vivir la música, en un Madrid sencillo y sobrio, antes de la llegada de este mundo vulgar de apariencia y ostentación, en el ahora teatro de la opera lleno de dorados en el que nunca he vuelto a poner los pies.
Cuanto desvarío y engaño en estos tiempos, nos vendieron una moto averiada y todavía sin pagar.
Si las entradas de opera se cobraran a su precio real serian prohibitivas, que solo las grandes ciudades lo aguantan, aunque aquí, se subvenciona y todos tan contentos, operas en Bilbao, Oviedo, Sevilla....esto es Jauja.

Cuanto mas honesto era mi teatro, con los terciopelos raidos, con el sonido del convoy del metro, gente normal que amaba la música y la escuchaba en ese escenario de la Plaza de Oriente, frente a la estatua de Felipe IV sobre su caballo puesto de manos, como queriendo huir de la que se ha venido con los años.  

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