El pasado se nos viene a veces de forma insistente, cosas vividas que con los años, comprendemos que fueron singulares y bastante inusuales.
Ocurrió que a principio de los ochenta, por razones que no viene al caso, me vi en la tesitura de buscar casa, suerte de haber ganado unas perras y conseguir una hipoteca, no tan famosa esta ultima como en nuestros tiempos de llanto y crujir de dientes.
Recorría en moto las calles buscando un sitio singular, quería yo que mi casa estuviera en una calle bonita, en un barrio retirado, cuando he aquí que en la calle Noblejas con vuelta a Factor, frente a la puerta de la armería de palacio, sobre un jardincillo que desciende a la calle Bailen, con grandes álamos y alguna conífera, encontré el refugio para aquellos tiempos de la movida y de transición.
Ya la había oteado hacia algún tiempo y volvía a la querencia, me gustaba el sitio, al parar la moto observo que una furgoneta vieja y blanquecina, de matricula inglesa con un "UK." sobre fondo amarillo, estaba empotrada en la puerta del garaje.
Al poco el dueño de la furgoneta y también promotor del inmueble, recién acabado de construir, de nombre Jaime, me consultó sobre la forma de desatascar el vehículo.
Después de breve conversación y tras el desatasco, me habló sobre precios y tamaños, abriendo una mugrienta cartera, me alargó una tarjeta en la que bajo su nombre ponía en negrita.....
La primera noche recuerdo, sobre el techo del viejo “beetle” cruzando Sol a buscar Arenal, con los largueros y el jergón, un colchón enrollado y unas sabanas, a modo de mudanza esencial, un lecho donde descansar, préstamo que agradeceré siempre a mi madre, inquieta por mi futuro.
El inmueble hace esquina y cuenta con tres plantas sobre la calle adoquinada y estrecha, encima del gran alero de madera, una cubierta inclinada de teja bajo la que se albergan otras tres plantas de cubículos a cual mas estrafalario y bonito, que recuerdo yo a Jaime "Madre coraje" en el sexto, friendo huevos sobre el palacio y los jardines de Sabatini.
Queda pues definido el primero de los vecinos, delgado y pálido, de barbas ralas, hijo de notario y emigrado a Japón a donde arribó, en un velero de fibrocemento procedente de la costa oeste de América, proeza singular que le aparcó cinco años en el país del sol naciente.
Ejercía, diría yo de chatarrero, de vida solitaria, yo nunca le conocí hembra, ponía música desgarradora, melancólica, que se escuchaba por el patio de luces, junto a la medianera del inmueble contiguo, cerrado y abandonado, en ruina incipiente.
Con los meses, los pisos se fueron ocupando, unos de alquiler, otros como yo de hipoteca, también pagados a tocateja, que había vecinos con posibles.
No he mencionado que me instalé en el cuarto, sobre el alero de madera, con vista a la cornisa de palacio, una buhardilla con un solo hueco a norte, en el que sentado sobre el alféizar, con los pies sobre el voladizo, se ve casi hasta El Escorial en días claros, la caliza blanca de palacio y los grandes álamos en primer plano.
Cayó en el quinto un antiguo compañero de colegio, Mariano....como yo “motero”, dos motos ya en el garaje pintado de rojo y blanco.
Soltero y de vida disipada, alguna noche me llevaba a Pachá, moto tras moto, aunque por temporadas y para ahorrar, se compraba un modelo de barco para armar, escuchaba yo el martilleo suave y la sierra de pelo.
Cuando ahorraba se daba de nuevo a la vida galante y recuerdo, las voces bajando por el patio, silencioso, Mariano Mariano Mariano!!!!!! de la enamorada de turno, lo que me incomodaba en mi intento de vida recoleta y de lecturas profundas, tarde, de madrugada.
En el otro quinto, dio con sus huesos Javier, funcionario del estado y hombre anodino, hermano de Jaime, de vida discreta, no recuerdo el motivo del mote de Matines con el que lo recuerdo.
Junto a mi puerta, en el cuarto, Fernando, anticuario y platero de éxito, con vida dislocada y solitaria, con familia truncada y novia argentina, madura como el, con la que mantenía conversaciones existenciales y apasionadas, en voz alta, sobre sabe dios que, pues nunca me ha gustado meterme donde no me llaman y cerraba puertas huyendo de la medianera, hacia mi dormitorio silencioso en el patio de luces.
Debajo de mi morada, en el tercero, una dentista ya entrada en años (yo era muy joven) de mirada alegre e inocente, que no dio escándalo alguno ni argumento de que hablar.
Volviendo al quinto, esto va a quedar desordenado, una época en que se fue Matines, apareció un hijo de un ministro, Alfredo, recién casado con dama de alta alcurnia.
Alfredo es alto y estirado, abogado del estado, también con moto aunque peor que la de Mariano y la mía, en alguna cena de vecinos su mujer nos cuenta que a la noche al llegar se sienta en las nuestras y simula tumbar en una curva e incluso hace el ruido del escape con la boca, ante lo que Alfredo la mira con cara de odio, odio que comprobábamos todos a través de las ventilaciones de los baños, con un “no te aguanto mas” y otras lindezas impropias de recién casados de familias bien y oposición con futuro, el pobre murió muy joven, le recuerdo con cariño, con su traje impecable y su planta arrogante, entre tanto desarrapado de aquella comunidad.
En el otro tercero una italiana, algo fondona y guapa de cara, de pelo muy negro, originaria de Milán y compradora del piso, las tres primeras plantas eran mas convencionales y espaciosas, mas burguesas diría yo.
La italiana vivía con un español lustroso y algo achulado, creo que profesor como ella, vestía en invierno de capa española y con barba muy recortada, a veces con bastón.
Con el tiempo supimos que la golpeaba en un anticipo de la violencia de genero, aunque se decía que a ella, mujer pasional, le iba la marcha, sin que yo conozca que habría de cierto, con el tiempo rompieron, el tiempo rompe tantas cosas...
En uno de los dos segundos, una arquitecta, Pilar de nombre, el pelo largo y negro, con un novio anodino y de izquierdas, un Porsche 911 rojo, será por lo del comunismo pensaba yo, me pareció desde el primer instante un baboso, mas todavía para ella, mujer de carácter y guapa a su manera.
En el otro segundo, el agregado cultural de la embajada francesa, que teníamos algunas personas muy principales, a mi me lo parecía. Homosexual, hecho singular para los tiempos, bien vestido y no demasiado afectado.
Una noche el del primero de quien hablaré mas tarde, escuchaba entre sueños unos gritos.....Pacorro Pacorro Pacorro!!!!! que en su mala pronunciación de gabacho quería decir SOCORRO!!!!, pues que tenia el mal hábito propio de los de su condición, de recogerse un chapero de la puerta de cualquier antro, aquella noche el colega objeto de deseo, le maltrató y le quito todo lo que tenia en casa de valor, por eso de los gritos de auxilio……….. Pacorro!!!!
El primero mirando a Bailen era de los de de alquiler, quien me viene a la memoria es un norteamericano mayor y algo calvo, tres veces divorciado, que dio con sus huesos y una peruana en tan singular vecindad.
Dispuesto a iniciar una nueva vida, compró toda clase de utensilios de cocina en El Alambique, del otro lado de la Plaza de Oriente.
Al atardecer empezaba los preparativos para la cena, a la que nos invitaba con frecuencia, que aquello era como el patio de monipodio y se vivía con bastante promiscuidad.
Durante le condimento, con profusión de cacerolas y sartenes, las botellas de vino se vaciaban a considerable ritmo, entre el guiso del día y las fauces de cocinero, novia e invitados.
Las cenas eran alegres y con velas, lo peor, que ya con la melopea, la peruana tomaba la guitarra y entonaba lo de los "ejes de mi carreta" y otras lindezas, impregnando la velada de un halo de tristeza y desolación, lo que llevo al americano a abandonar el piso y a la peruana de forma repentina, quien sabe cuales serian sus pasos posteriores.
Por ultimo, el otro primero, mirando a norte como mi buhardilla, frente a otra casa abandonada que remataba la calle dando lugar a una escalinata que desciende a la rasante de la Plaza de Oriente.
Eduardo es navarro y ya cumplidos los cincuenta, agregado comercial, ha vivido en Colombia y en los USA, alternando con destinos en el ministerio, con fama de brillante economista y de buena presencia.
Vive solo junto a un criado chino y una perrita.
El piso esta bien alhajado y con pinturas de firma, el chino guisa plancha y limpia, además de pasear a la perrita y estudiar para ser espía, había escasos chinos en Madrid y resultaba muy exótico.
Cuando el golpe de estado de Tejero, Eduardo dejo su piso y a la perrita al cuidado del chino y se lanzó a la calle a gritar VIVA LA LIBERTAD!!!
Nos decía a los de arriba del alero, que vivamos como parias, era simpático y todavía le sigo el rastro, esta muy mayor y se acabo casando, la perrita murió, también la siguiente, no se el nombre de la de ahora.
Por ultimo, el portero, Julián, cotilla y servicial, castizo y de buen beber, imposible de tarea alguna al atardecer, entre hípos, hasta que se iba a su casa a dormir la mona.
Algunos otros inquilinos de breve estancia y escasa huella en mi memoria, vivimos unos años en algo parecido a una comuna, sin mezclar los cuerpos, lo digo por el agregado cultural, que no se vaya a creer algo raro....pero si en frecuentes cenas en los respectivos apartamentos, con invitados ajenos a la casa que enriquecían el tejido de simpatías y risas, Muchas veladas en los locales del barrio, Ciriaco, El Alabardero La Cruzada.....eso si fue vivir en comunidad, hasta el punto de organizarse en la esquina, una verbena en julio, con los calores y las tormentas, festejo memorable de que quizá escriba una noche de estas.
Ocurrió que a principio de los ochenta, por razones que no viene al caso, me vi en la tesitura de buscar casa, suerte de haber ganado unas perras y conseguir una hipoteca, no tan famosa esta ultima como en nuestros tiempos de llanto y crujir de dientes.
Recorría en moto las calles buscando un sitio singular, quería yo que mi casa estuviera en una calle bonita, en un barrio retirado, cuando he aquí que en la calle Noblejas con vuelta a Factor, frente a la puerta de la armería de palacio, sobre un jardincillo que desciende a la calle Bailen, con grandes álamos y alguna conífera, encontré el refugio para aquellos tiempos de la movida y de transición.
Ya la había oteado hacia algún tiempo y volvía a la querencia, me gustaba el sitio, al parar la moto observo que una furgoneta vieja y blanquecina, de matricula inglesa con un "UK." sobre fondo amarillo, estaba empotrada en la puerta del garaje.
Al poco el dueño de la furgoneta y también promotor del inmueble, recién acabado de construir, de nombre Jaime, me consultó sobre la forma de desatascar el vehículo.
Después de breve conversación y tras el desatasco, me habló sobre precios y tamaños, abriendo una mugrienta cartera, me alargó una tarjeta en la que bajo su nombre ponía en negrita.....
“Madre coraje”.
Fui el primero en mudarme, allá por abril, sin luz ni teléfono, pero me sentía en mi cueva, hogar dulce hogar.La primera noche recuerdo, sobre el techo del viejo “beetle” cruzando Sol a buscar Arenal, con los largueros y el jergón, un colchón enrollado y unas sabanas, a modo de mudanza esencial, un lecho donde descansar, préstamo que agradeceré siempre a mi madre, inquieta por mi futuro.
El inmueble hace esquina y cuenta con tres plantas sobre la calle adoquinada y estrecha, encima del gran alero de madera, una cubierta inclinada de teja bajo la que se albergan otras tres plantas de cubículos a cual mas estrafalario y bonito, que recuerdo yo a Jaime "Madre coraje" en el sexto, friendo huevos sobre el palacio y los jardines de Sabatini.
Queda pues definido el primero de los vecinos, delgado y pálido, de barbas ralas, hijo de notario y emigrado a Japón a donde arribó, en un velero de fibrocemento procedente de la costa oeste de América, proeza singular que le aparcó cinco años en el país del sol naciente.
Ejercía, diría yo de chatarrero, de vida solitaria, yo nunca le conocí hembra, ponía música desgarradora, melancólica, que se escuchaba por el patio de luces, junto a la medianera del inmueble contiguo, cerrado y abandonado, en ruina incipiente.
Con los meses, los pisos se fueron ocupando, unos de alquiler, otros como yo de hipoteca, también pagados a tocateja, que había vecinos con posibles.
No he mencionado que me instalé en el cuarto, sobre el alero de madera, con vista a la cornisa de palacio, una buhardilla con un solo hueco a norte, en el que sentado sobre el alféizar, con los pies sobre el voladizo, se ve casi hasta El Escorial en días claros, la caliza blanca de palacio y los grandes álamos en primer plano.
Cayó en el quinto un antiguo compañero de colegio, Mariano....como yo “motero”, dos motos ya en el garaje pintado de rojo y blanco.
Soltero y de vida disipada, alguna noche me llevaba a Pachá, moto tras moto, aunque por temporadas y para ahorrar, se compraba un modelo de barco para armar, escuchaba yo el martilleo suave y la sierra de pelo.
Cuando ahorraba se daba de nuevo a la vida galante y recuerdo, las voces bajando por el patio, silencioso, Mariano Mariano Mariano!!!!!! de la enamorada de turno, lo que me incomodaba en mi intento de vida recoleta y de lecturas profundas, tarde, de madrugada.
En el otro quinto, dio con sus huesos Javier, funcionario del estado y hombre anodino, hermano de Jaime, de vida discreta, no recuerdo el motivo del mote de Matines con el que lo recuerdo.
Junto a mi puerta, en el cuarto, Fernando, anticuario y platero de éxito, con vida dislocada y solitaria, con familia truncada y novia argentina, madura como el, con la que mantenía conversaciones existenciales y apasionadas, en voz alta, sobre sabe dios que, pues nunca me ha gustado meterme donde no me llaman y cerraba puertas huyendo de la medianera, hacia mi dormitorio silencioso en el patio de luces.
Debajo de mi morada, en el tercero, una dentista ya entrada en años (yo era muy joven) de mirada alegre e inocente, que no dio escándalo alguno ni argumento de que hablar.
Volviendo al quinto, esto va a quedar desordenado, una época en que se fue Matines, apareció un hijo de un ministro, Alfredo, recién casado con dama de alta alcurnia.
Alfredo es alto y estirado, abogado del estado, también con moto aunque peor que la de Mariano y la mía, en alguna cena de vecinos su mujer nos cuenta que a la noche al llegar se sienta en las nuestras y simula tumbar en una curva e incluso hace el ruido del escape con la boca, ante lo que Alfredo la mira con cara de odio, odio que comprobábamos todos a través de las ventilaciones de los baños, con un “no te aguanto mas” y otras lindezas impropias de recién casados de familias bien y oposición con futuro, el pobre murió muy joven, le recuerdo con cariño, con su traje impecable y su planta arrogante, entre tanto desarrapado de aquella comunidad.
En el otro tercero una italiana, algo fondona y guapa de cara, de pelo muy negro, originaria de Milán y compradora del piso, las tres primeras plantas eran mas convencionales y espaciosas, mas burguesas diría yo.
La italiana vivía con un español lustroso y algo achulado, creo que profesor como ella, vestía en invierno de capa española y con barba muy recortada, a veces con bastón.
Con el tiempo supimos que la golpeaba en un anticipo de la violencia de genero, aunque se decía que a ella, mujer pasional, le iba la marcha, sin que yo conozca que habría de cierto, con el tiempo rompieron, el tiempo rompe tantas cosas...
En uno de los dos segundos, una arquitecta, Pilar de nombre, el pelo largo y negro, con un novio anodino y de izquierdas, un Porsche 911 rojo, será por lo del comunismo pensaba yo, me pareció desde el primer instante un baboso, mas todavía para ella, mujer de carácter y guapa a su manera.
En el otro segundo, el agregado cultural de la embajada francesa, que teníamos algunas personas muy principales, a mi me lo parecía. Homosexual, hecho singular para los tiempos, bien vestido y no demasiado afectado.
Una noche el del primero de quien hablaré mas tarde, escuchaba entre sueños unos gritos.....Pacorro Pacorro Pacorro!!!!! que en su mala pronunciación de gabacho quería decir SOCORRO!!!!, pues que tenia el mal hábito propio de los de su condición, de recogerse un chapero de la puerta de cualquier antro, aquella noche el colega objeto de deseo, le maltrató y le quito todo lo que tenia en casa de valor, por eso de los gritos de auxilio……….. Pacorro!!!!
El primero mirando a Bailen era de los de de alquiler, quien me viene a la memoria es un norteamericano mayor y algo calvo, tres veces divorciado, que dio con sus huesos y una peruana en tan singular vecindad.
Dispuesto a iniciar una nueva vida, compró toda clase de utensilios de cocina en El Alambique, del otro lado de la Plaza de Oriente.
Al atardecer empezaba los preparativos para la cena, a la que nos invitaba con frecuencia, que aquello era como el patio de monipodio y se vivía con bastante promiscuidad.
Durante le condimento, con profusión de cacerolas y sartenes, las botellas de vino se vaciaban a considerable ritmo, entre el guiso del día y las fauces de cocinero, novia e invitados.
Las cenas eran alegres y con velas, lo peor, que ya con la melopea, la peruana tomaba la guitarra y entonaba lo de los "ejes de mi carreta" y otras lindezas, impregnando la velada de un halo de tristeza y desolación, lo que llevo al americano a abandonar el piso y a la peruana de forma repentina, quien sabe cuales serian sus pasos posteriores.
Por ultimo, el otro primero, mirando a norte como mi buhardilla, frente a otra casa abandonada que remataba la calle dando lugar a una escalinata que desciende a la rasante de la Plaza de Oriente.
Eduardo es navarro y ya cumplidos los cincuenta, agregado comercial, ha vivido en Colombia y en los USA, alternando con destinos en el ministerio, con fama de brillante economista y de buena presencia.
Vive solo junto a un criado chino y una perrita.
El piso esta bien alhajado y con pinturas de firma, el chino guisa plancha y limpia, además de pasear a la perrita y estudiar para ser espía, había escasos chinos en Madrid y resultaba muy exótico.
Cuando el golpe de estado de Tejero, Eduardo dejo su piso y a la perrita al cuidado del chino y se lanzó a la calle a gritar VIVA LA LIBERTAD!!!
Nos decía a los de arriba del alero, que vivamos como parias, era simpático y todavía le sigo el rastro, esta muy mayor y se acabo casando, la perrita murió, también la siguiente, no se el nombre de la de ahora.
Por ultimo, el portero, Julián, cotilla y servicial, castizo y de buen beber, imposible de tarea alguna al atardecer, entre hípos, hasta que se iba a su casa a dormir la mona.
Algunos otros inquilinos de breve estancia y escasa huella en mi memoria, vivimos unos años en algo parecido a una comuna, sin mezclar los cuerpos, lo digo por el agregado cultural, que no se vaya a creer algo raro....pero si en frecuentes cenas en los respectivos apartamentos, con invitados ajenos a la casa que enriquecían el tejido de simpatías y risas, Muchas veladas en los locales del barrio, Ciriaco, El Alabardero La Cruzada.....eso si fue vivir en comunidad, hasta el punto de organizarse en la esquina, una verbena en julio, con los calores y las tormentas, festejo memorable de que quizá escriba una noche de estas.