José era ya hombre de mas de sesenta, había trabajado en una fabrica de puertas industriales, se llamaban “Puertas Cuesta”.
Fueron años de mucho curro, incluso sábados y domingos, en lo que ahora llamaban la burbuja inmobiliaria, el no lo entendía.
Fueron siete años desde que le contrataron, tiempo de prosperidad, tanto que se lanzó al matrimonio, después de muchos años de soltería y vida solitaria.
Como a tantos de su oficio, le faltaban dos falanges de la mano izquierda, la maldita sierra, no como las de la moderna fábrica de puertas, con carena de protección y robotizada.
También tenia el cristalino del ojo derecho nublado por una astilla, que ahora se trabaja con esas gafas transparentes que están muy bien para prevenir accidentes.
El caso es que en medio de ese frío, después de la ejecución del desahucio por Caja Castilla la Mancha, hacia ya unas semanas, decidió mudarse a la capital para empadronarse y buscar algo que llevarse a la boca.
Fueron días horribles en albergues de Yepes, incluso unas noches en el polideportivo helado, tumbado junto a su joven mujer en las colchonetas de gimnasia.
Había escuchado en la radio que el Ayuntamiento de Toledo concedía VPO. y ayudas de quinientos euros para familias con hijos.
José no había sido padre y desistía ya de serlo, incluso después de su matrimonio con la joven María, secretamente pensaba que era hombre estéril, el caso es que hace unos meses, después de unos síntomas conocidos, les confirmaron en el centro de salud del pueblo que iban a tener un niño.
El parto se presentaba inminente y sin pensarlo, harto de la vida incierta y sin esperanza de empleo, metió sus enseres en su furgoneta blanca y junto a María se encaminó a Toledo, pensando que para el 2015 habría ya arreglado los papeles y su pequeño hijo nacería con algo de seguridad.
El viaje fue eterno, noche cerrada y despacio por los baches que perturban a su esposa, le dio por pensar en el extraño embarazo, por inesperado, después de intentos de fecundación mediante técnicas que no entendía y le deprimían.
El caso es que en el pueblo, después de lo de Olvido Hormigos, andaban los maridos amoscados, que las costumbres licenciosas llegaban a todas partes y José a veces, se torturaba ante una posible infidelidad, aunque mirando el rostro de María la descartaba inmediatamente, tal era su mirada como de ángel.
Sumido en estas disquisiciones, no advirtió que bajaba ya la cuesta hacia el Puente de San Martín, entre suntuosos cigarrales, en alguno de ellos había el trabajado en los buenos tiempos.
Conocía bien aquella vista, el Alcázar a la derecha, poderoso, las delicadas agujas de la Catedral en el centro, San Juan de los Reyes sobre el puente, tal como lo pintara el Greco tantas veces.
Pensó en encaminarse a la “Casa del Maestro”, fonda barata en la plaza de Santa Leocadia, hospedaje de sus jornadas montando carpinterías en las cercanías.
Paso bajo el arco de la Puerta del Cambrón y por unas callejas llegó a la hospedería.
Su mujer se quejaba de dolores, suavemente, por lo que le inquietó la nueva de que estaba la fonda completa……….una excursión de niños franceses.
Le indicaron un par de hostales cerca, el precio sería mas alto para su mermada cartera, el caso es que tras callejear por las difíciles cuestas, los resultados fueron baldíos, todo ocupado, serán las fiestas pensaba mientras bajaba de nuevo hacia el puente para encaminarse al Toledo moderno, seguro que allí encontraría algo.
Miraba distraídamente Santa María la Blanca, recordando su artesonado en el que había trabajado de joven, tantos años pasados ya, cuando advirtió que la lluvia de antes se convertía en una nevada densa, copiosa.
Bajando hacia el Cambrón, extremó las precauciones, las quejas de María son ya alarmantes pero el empedrado esta ya blanquecino y no quiere acabar abollando la furgoneta contra los bolardos de granito.
Al llegar al Tajo, todo se precipita, las quejas de María son ahora llanto de dolor y a la luz de las farolas ve la cabecita de un niño entre sus piernas, la falda remangada.
Violentamente sale al arcén y bajo la intensa nieve, arrastra a la madre bajo el primer arco del puente, a resguardo de los copos gordos y fríos que llenan el cielo amarillento de las luces de neón.
Nunca ni en sus peores presagios pensó en una situación tan azarosa, que hacer, el caso es que repentinamente un niño había nacido, su Hijo, estaba allí, llorando, en el húmedo barro del invierno.
Lo levantó del suelo envolviéndolo en su chaquetón, apenas reparaba en su mujer que respiraba agitadamente, aunque sin llanto ahora, como desvanecida.
Una linterna le deslumbra, no ha advertido que su maniobra brusca con el coche atrajo a la Guardia Civil que llega presurosa, benemérita.
No se preocupe Protección Civil viene de camino, esta bien el Niño? déjeme que lo leve al coche, la noche esta heladora.
Poco después en la residencia, la madre duerme tranquila y entorno al niño, las enfermeras y algún miembro del cuerpo, los sanitarios de la ambulancia con sus chalecos amarillos, médicos de guardia, incluso un celador, miran emocionados la escena, es veinticuatro de diciembre, son las doce, a José le palmotean la espalda mientras apura un vaso de coñac que alguien le alargó hace rato, un polvorón, algún mazapán de Ajofriín y calor humano.......Feliz Navidad José le dicen, el piensa confuso en tantas coincidencias y mira a su mujer, ya dormida.
Fueron años de mucho curro, incluso sábados y domingos, en lo que ahora llamaban la burbuja inmobiliaria, el no lo entendía.
Fueron siete años desde que le contrataron, tiempo de prosperidad, tanto que se lanzó al matrimonio, después de muchos años de soltería y vida solitaria.
Como a tantos de su oficio, le faltaban dos falanges de la mano izquierda, la maldita sierra, no como las de la moderna fábrica de puertas, con carena de protección y robotizada.
También tenia el cristalino del ojo derecho nublado por una astilla, que ahora se trabaja con esas gafas transparentes que están muy bien para prevenir accidentes.
El caso es que en medio de ese frío, después de la ejecución del desahucio por Caja Castilla la Mancha, hacia ya unas semanas, decidió mudarse a la capital para empadronarse y buscar algo que llevarse a la boca.
Fueron días horribles en albergues de Yepes, incluso unas noches en el polideportivo helado, tumbado junto a su joven mujer en las colchonetas de gimnasia.
Había escuchado en la radio que el Ayuntamiento de Toledo concedía VPO. y ayudas de quinientos euros para familias con hijos.
José no había sido padre y desistía ya de serlo, incluso después de su matrimonio con la joven María, secretamente pensaba que era hombre estéril, el caso es que hace unos meses, después de unos síntomas conocidos, les confirmaron en el centro de salud del pueblo que iban a tener un niño.
El parto se presentaba inminente y sin pensarlo, harto de la vida incierta y sin esperanza de empleo, metió sus enseres en su furgoneta blanca y junto a María se encaminó a Toledo, pensando que para el 2015 habría ya arreglado los papeles y su pequeño hijo nacería con algo de seguridad.
El viaje fue eterno, noche cerrada y despacio por los baches que perturban a su esposa, le dio por pensar en el extraño embarazo, por inesperado, después de intentos de fecundación mediante técnicas que no entendía y le deprimían.
El caso es que en el pueblo, después de lo de Olvido Hormigos, andaban los maridos amoscados, que las costumbres licenciosas llegaban a todas partes y José a veces, se torturaba ante una posible infidelidad, aunque mirando el rostro de María la descartaba inmediatamente, tal era su mirada como de ángel.
Sumido en estas disquisiciones, no advirtió que bajaba ya la cuesta hacia el Puente de San Martín, entre suntuosos cigarrales, en alguno de ellos había el trabajado en los buenos tiempos.
Conocía bien aquella vista, el Alcázar a la derecha, poderoso, las delicadas agujas de la Catedral en el centro, San Juan de los Reyes sobre el puente, tal como lo pintara el Greco tantas veces.
Pensó en encaminarse a la “Casa del Maestro”, fonda barata en la plaza de Santa Leocadia, hospedaje de sus jornadas montando carpinterías en las cercanías.
Paso bajo el arco de la Puerta del Cambrón y por unas callejas llegó a la hospedería.
Su mujer se quejaba de dolores, suavemente, por lo que le inquietó la nueva de que estaba la fonda completa……….una excursión de niños franceses.
Le indicaron un par de hostales cerca, el precio sería mas alto para su mermada cartera, el caso es que tras callejear por las difíciles cuestas, los resultados fueron baldíos, todo ocupado, serán las fiestas pensaba mientras bajaba de nuevo hacia el puente para encaminarse al Toledo moderno, seguro que allí encontraría algo.
Miraba distraídamente Santa María la Blanca, recordando su artesonado en el que había trabajado de joven, tantos años pasados ya, cuando advirtió que la lluvia de antes se convertía en una nevada densa, copiosa.
Bajando hacia el Cambrón, extremó las precauciones, las quejas de María son ya alarmantes pero el empedrado esta ya blanquecino y no quiere acabar abollando la furgoneta contra los bolardos de granito.
Al llegar al Tajo, todo se precipita, las quejas de María son ahora llanto de dolor y a la luz de las farolas ve la cabecita de un niño entre sus piernas, la falda remangada.
Violentamente sale al arcén y bajo la intensa nieve, arrastra a la madre bajo el primer arco del puente, a resguardo de los copos gordos y fríos que llenan el cielo amarillento de las luces de neón.
Nunca ni en sus peores presagios pensó en una situación tan azarosa, que hacer, el caso es que repentinamente un niño había nacido, su Hijo, estaba allí, llorando, en el húmedo barro del invierno.
Lo levantó del suelo envolviéndolo en su chaquetón, apenas reparaba en su mujer que respiraba agitadamente, aunque sin llanto ahora, como desvanecida.
Una linterna le deslumbra, no ha advertido que su maniobra brusca con el coche atrajo a la Guardia Civil que llega presurosa, benemérita.
No se preocupe Protección Civil viene de camino, esta bien el Niño? déjeme que lo leve al coche, la noche esta heladora.
Poco después en la residencia, la madre duerme tranquila y entorno al niño, las enfermeras y algún miembro del cuerpo, los sanitarios de la ambulancia con sus chalecos amarillos, médicos de guardia, incluso un celador, miran emocionados la escena, es veinticuatro de diciembre, son las doce, a José le palmotean la espalda mientras apura un vaso de coñac que alguien le alargó hace rato, un polvorón, algún mazapán de Ajofriín y calor humano.......Feliz Navidad José le dicen, el piensa confuso en tantas coincidencias y mira a su mujer, ya dormida.
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