diciembre 11, 2014

Cárabos.

Muy pocos los conocen ni les presta atención, que el personal esta mas pendiente de Twitter o Facebook, los mas de WhatsApp.
Además en las ciudades no creo que haya muchos y con el ruido no se escuchan sus diálogos.
Son seres como de otro mundo, extraterrestres, pues que viven solo la noche, mientras dormimos, mientras soñamos.
En todos estos años de vivir en este remedo de bosque, solo en un crepúsculo, adiviné mas que ver, un ser de silenciosas alas que levantó el vuelo huyendo de mi presencia.

Ni grande ni pequeño, pero poderoso, esquivo y solemne.
Apenas una visión fugaz de un ave con grandes alas y cuerpo robusto, que no quiere mostrarse ni saber nada de nuestra existencia.
Interesado solamente en los topillos, los ratones, en verano los lagartos y alguna cigarra.
Lo mas impresionante, sus alaridos que parecen como una música de fondo en estas noches frías de invierno.
Son gritos desapacibles, como de alguien a quien apuñalan, lamentos dolorosos, desgarradores.
Para ellos solo un lenguaje, se cuentan las novedades un nacimiento, que Adela tiene un ala averiada, que Juanita ha puesto tres huevos, o que Adolfo corteja a Catalina.
En estas noches de escarcha, a centenares de metros, es un continuo cotilleo de chismes y noticias, con esos lamentos como de película de terror.
Mundos inconexos, lo pienso mientras los escucho, cada uno va a su bola, nosotros con la crisis y la corrupción y el PSOE y el PP y..toda esta miseria.
Los cárabos, con el mismo lenguaje milenario y elemental, ajenos a nuestras tribulaciones y grandezas, se cuentan sus caceríos y sus nostalgias, los mismos quizá desde la creación.
Cada alcornoque se convierte en un emisor que conecta con otros acebuches o con las mimosas y los pinos, en un remedo de nuestra “red” que sabe Dios si se extiende por valles y sierras hasta los confines de Iberia, incluso mas lejos, por Europa.
Me da que pensar que hace milenios los Neandertales escuchaban este lamento descarnado, cuando cazaban por estas tierras del sur, huyendo de la ultima glaciación.
Ellos no pueden saltar sobre su sombra, según las teorías de Darwin, teorías por cierto bastante pueriles, cientos de miles de años con ese rostro extraño y su lenguaje destemplado, las alas prestas para acechar silenciosas a sus presas.

No conozco de ninguna evolución genética de esta singular especie, que deviniera con los tiempos, en halcón o arrendajo, en tortuga o salamandra, en funcionario publico o corredor de comercio.
El caso es que me complace, antes de dormir, el ultimo pito para husmear el ambiente, ver la luna o las estrellas, el grito de los cárabos me acompaña camino del sueño, no se yo si a ellos se les importa una higa mi vida, supongo que no, que mi voz es incomprensible para ellos y mis argumentos, faltos de interés para su vida, ajena a mis cuitas y ensoñaciones nocturnas. 


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