febrero 07, 2016

Tío Paco.


Dicen que la vida es corta, aunque a mi parecer cunde mucho, que con el paso de los días, muchos días, acabamos haciendo de todo.
Digo esto al recordar mi primera tarde de pesca, actividad solo ejercida en la infancia, de chipirones con potera las mas de las veces, que no hay que pinchar la lombriz que se retuerce al ver el anzuelo y es esto muy denteroso.
El “Pacita” es una trainerilla de seis remos, de casco esbelto y cuadernas fuertes, pintado de gris fuera y blanco por dentro.
Una tarde cualquiera de verano el Tío Paco, con su bigote afilado, nos convoca a los primos para ir al mar.
Es curioso pensar como nos embarcábamos tantos niños sin un triste chaleco salvavidas, claro que sabíamos nadar, pero mi Tío Paco hubiera ido a la cárcel en este tiempo de tantas leyes y reglamentos.
Tío Paco es pescador y sabe el oficio, tiene una de esas pequeñas cañas francesas de fibra, con su carrete que hace “rararara”...al recoger, así que confiados en su pericia nos embarcamos ocho primos bajo su mando.
Se sale por la ría, si esta bajando la marea es un bogar fácil, los remos pesados para un niño, sujetados por los estrobos de cáñamo, hacen que el Pacita avance raudo.
El primer obstáculo es la barra, donde se levantan las olas, aunque hoy son solo lomos azulados que remontamos fácilmente con los gritos de Tío Paco que marca el ritmo de la remada, mientras el con otro remo en popa, hace de timonel.
Salimos mar adentro, a unos trescientos metros de la playa, es donde pican.
A media tarde se nos juntan diez o doce barcas, a las que llaman las chipironeras, aunque ahora en agosto están todos a la lubina.
No hay otra que lidiar con las lombrices y los anzuelos, pinchándolas por la cabeza y varias veces por el lomo para que no se suelte el cebo.
El Tío Paco arma su caña francesa ante la mirada embobada de los sobrinos, también esta su hijo, otro Paco, con una caña mas rústica pero caña al fin.
Nosotros, el resto de los pequeños, aparejo de mano de hilo de nylon enrollado en el corcho.
La tarde esta apacible y el mar calmo, aunque el Pacita se bambolea con el suave mar de fondo, con lo que los estómagos titubean y se revuelven, mas si cabe al mirar el aparejo para desenredar los nudos.
No pica nada y algún primo devuelve por la borda ante la risa sardónica y algo cruel del Tío Paco.
De pronto, la leve caña francesa se dobla y resuena un, ya lo tengo!!!.
El girar vertiginoso de la manivela acaba un un pececillo insignificante, todos reímos por el fiasco, aunque el Tío Paco, impasible, lanza de nuevo el sedal con el pececillo enganchado.
Al instante, la caña casi se parte y tras una recogida rauda aparece una hermosa lubina con gran algarabía de todos.
El Tío Paco nos impone silencio, aunque ya las barcas vecinas nos han oído y se aproximan remando, saben que estamos sobre el banco.....
Una media hora vertiginosa en que hasta los mas pequeños sacan hermosos peces, con enredos de aparejos y lentitud en el pinchado de las lombrices.
El fondo de la barca se va llenando de lomos plateados que luchan por sobrevivir, aunque poco a poco van quedando inmóviles, como en las pescaderías.
Junto a nosotros, todas las barcas pescan, con dos o tres marineros cada una,  de azul Mahón y boina negra, en un grave silencio que contrasta con los gritos del Pacita.
Al atardecer, refresca que en el mar siempre ocurre, así que ponemos proa a la ría y casi anochecido, pisamos tierra con esa extraña sensación de que el muelle se mueve bajo nuestros pies.
El Tío hace el reparto de las lubinas y todos contentos nos vamos a casa.....donde nos volverán a tratar como niños.
Al abrir la puerta, mi padre con expresión seria, que era su natural, me espeta: Es la primera vez que traes la comida a casa!!!.
No se que debí sentir, aunque con los años supe que a el no le gustaban los peces, que era mas de filete de ternera.

 Aquel solo fue un día de aquel verano, de los tantos veranos que ya han ido pasando, con tantas cosas que trae cada día.

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