junio 17, 2011

Las Españas.

Tuve la suerte de viajar a  Hispanoamérica siendo muy joven, no a la Romana o a Cancún de vacaciones a un absurdo hotel, sino para  trabajar cinco meses en Chile, con profesionales chilenos, en un asunto de planificación en el desierto de Atacama, sitio sorprendente y singular para un castellano.
Para mi fue normal volar veinte horas y llegar a una ciudad, Santiago, donde la arquitectura el idioma y las costumbres eran similares a las de Madrid.
Lo que eso significa históricamente es algo épico, un puñado de antepasados que fueron a la aventura y dejaron su impronta en un continente inmenso y hostil, junto a la religión y el idioma.
Me llamó la atención el que la alta sociedad fuera anglófila, a los hispanos se les llamaba despectivamente, “ferreteros” profesión honrada por otra parte. Como consecuencia del desapego de los criollos y las malas artes de nuestros socios europeos, junto al caótico estado de la España del siglo XIX, se produjo la independencia y separación de la corona española.
Vaya hazaña, en aquella época, solo el navegar desde Sevilla en un cascarón hasta una capitanía, Méjico,  o un Virreinato como Perú, después  ir mas allá todavía como lo hizo Pedro de Valdivia, conquistar la tierra de los fieros araucanos y sembrar nuestra forma de ser que yo presencié cuatrocientos años después, asombroso.
Allí conocí a un arquitecto llamado Alvaro Barros, quien antes de servir la cena en su casa rodeado de sus hijos, bendijo la mesa y rezó por la madre patria, no debido a mi presencia según supe después, sino como una intima oración diaria, de unión con lo que para el era su raíz espiritual.
Es un poco fuerte decir en estos tiempos de indigenismo que redimimos a unos pueblos primitivos, de su injusta y cruel civilización, es verdad que hacían vasijas y dibujos esquemáticos, collares y dijes de oro purísimo,  que sabían de estrellas y plenilunios, pero se esclavizaban entre ellos y sacrificaban vírgenes e infantes arrancandoles el corazón, mientras que aquí Galileo miraba por un telescopio y Palestrina componía misas, a la vez Brunelleschi construía Santa María del Fiore.
Se me ocurre que también aquí matábamos a algunos, pero con leyes escritas, gran avance de la civilización.
Después de todo los romanos nos colonizaron a nosotros, salvajes tribus de carpetanos arévacos cántabros  layetanos y demas autonomias antiguas.
Mi cariño desde estas letras para los muchos lectores que no se como, pero me leen desde esas otras Españas tan sentidas, unimos nuestras sangres desde  la Malinche y Hernán Cortes, nada une mas que la lucha a muerte, los europeos no fueron después sino a hacer negocio, desde su escrupulo racial y su avaricia comercial.
No he vuelto desde entonces a ese mundo de selvas desiertos y volcanes, cordilleras altísimas y mares transparentes, dividido en pequeños y desventurados países defraudados continuamente por sus oligarquías que residen en los USA alternativamente, que desperdicio de semilla la que allí se sembró, en todo caso que maravilla que esto se entienda desde Pensacola hasta Punta Arenas, pasando por Santa Fe y por San Pedro de Atacama.
Al cabo, cuantos hermanos con cuantos acentos tan melodiosos y parecidos a los de aquí, en Cádiz desde donde todo se parió para asombro de las criaturas de nuestro tiempo.

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