Son unos pájaros apañados, de buen diseño y colores preciosos, parecen vestidos por Agatha Ruiz de la Prada pero sin nubecitas ni corazones, vuelan como las falcónidas pero son pequeños, menos de 30cm, algo cabezónes para su eslora.
Parece que ven una abeja o tábano o avispa a mas de treinta metros y levantan el vuelo y lo clavan, lo cual esta muy bien pues nos libran de potenciales enemigos en los días de verano.
También cazan libélulas, insecto extraño y denteroso aunque inofensivo, creo que los hombres se las comen en Tailandia en cucuruchos después de fritas, allí parece que no hay abejarucos.
Escribo sobre ellos pues llevo años oyendo su canto cuando vienen a Europa, es como un pito de arbitro de fútbol, pero lejano y suave, me produce una gran alegría, es de los últimos en llegar lo que significa que la fiesta de la primavera está ya completa y con el musicón a tope.
Como vienen en grupos grandes, los pitos se sobreponen y es como un partido de fútbol con muchas faltas con algo del carnaval de Rio de Janeiro.
En septiembre cuando se van pasan otra vez a miles por aquí, con sus pitidos otra vez, pero es ya un adiós y me entristece, lo meditaba hoy al escucharlos, volando muy alto sobre los alcornoques.
El mismo ser y el mismo sonido nos alegra o nos trae sombríos pensamientos, el hola y el adiós, no nos gustan los finales ni las despedidas, en septiembre me gustaría irme con ellos a pasar el invierno allá en algún sitio de eterna primavera en Africa.
Somos seres mas bien estáticos y sedentarios y envidiamos a los que viven buscando siempre las mejores condiciones, sin casa y sin hipoteca, volando hacia el sur o el norte, como los gitanos, según se tercie.
Su despedida significará otra vez el final de los atardeceres interminables y dorados, la vuelta al frío y los días invernales y grises.
Al menos es seguro que en los próximos tres meses escucharé su algarabía y levantaré la vista sonriendo, por que no?, son un regalo del Cielo, para la vista, para el oído y para la inteligencia.
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