junio 12, 2011

Vascongadas.

El país vasco que recuerdo era un sitio fresco y lluvioso, muy verde y con un mar salado y a menudo rugiente.
Montes redondeados de prados y pinares, con algunos caseríos blancos y la metas de color de paja, pequeños puertos con marineros tripones de azul mahón y boina negra, con las boniteras y las chipironeras amarradas en orden y un olor único a pescado y brea.
Manzanas pequeñas y amargas de sidra y los bueyes, uncidos a un gran yugo de madera subiendo lentamente a la ermita de San Roque, sobre las lascas de piedra del camino.
Las caseras con sus burros y las cantaras de estaño para la leche fresca y en el mercado de la plaza las berzas y las vainas y los tomates rojos entre el verde de las lechugas.

Los niños que apenas hablaban castellano y decían “el bicicleta” o “el vaca” con ingenuidad, también nos tiraban piedras como nosotros a ellos, los veraneantes y los del pueblo, eterna guerra sin víctimas.
Las regatas de traineras en La Concha, con la bandera como trofeo y la vuelta a Fuenterrabia donde la izaban en la hermandad de pescadores, junto a las antiguas, todas rojo y gualda.
La montaña rusa de Igueldo y los cafés de la Avenida, las olas cayendo sobre el Paseo Nuevo entre las carreras de los osados jugando a torear al Cantábrico, era todo armonioso y sin nada que hiciera suponer lo que se avecinaba.
En los últimos cuarenta años ha germinado el odio inoculado por un nacionalismo arcaico y romántico de siglo XIX, llevándose por delante las costumbres, y el modo de vida de los vascos, incluso de los nacionalistas, conservadores de mentalidad y católicos de espíritu.
Una sociedad de marginales vestidos de ocupas con extraños cortes de pelo que han crecido entre el crimen y la extorsión, contemplándolos con indiferencia cuando no con agrado.
Una sociedad envilecida e injusta que quiere ser independiente de la Nación a la que perteneció desde sus inicios y a la que nutrió de su mejor sangre.
Ayer viendo al nuevo alcalde de San Sebastian con el bastón de mando gritando “independentzia” recordé con tristeza la ikastolas la ikurriña los lendakaris y las herrikotabernas, todo ello con esa ortografía estúpida.
Suarez ya no se acuerda de nada y el Rey esta a lo suyo como siempre, cuando hicieron la Constitución sembraron la semilla de este fruto deforme y sin futuro que es ahora mi Patria, la única que tengo. 

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