julio 20, 2012

Peluquería de caballeros.


Así se titulaban, cuando en mi tierna infancia las visitaba de la mano de mi madre, cada tres meses para el trasquilado de rigor.
Nunca supe el significado de las rayas rojas azules y blancas de las jambas, pero junto a las farmacias con su cruz roja, las hacían inconfundibles.
Durante la faena, el flequillo era objeto de especial atención, largo y recto sobe los ojos, a modo de boina calada, según los gustos de la época, que nadie nos preguntaba a nosotros, simples pacientes de la operación.
Eran pequeños negocios con algunos sillones como de dentista con brazos de porcelana sobre un gran pie giratorio, también blanco y espejos grandes, sobre las mesas corridas, toda la parafernalia de útiles propios del oficio, brochas, palanganillas, peines y tijeras, maquinillas y navajas.
Los peluqueros de bata corta y blanca, te encaramaban a la silla a la que habían añadido una banquetilla para que el niño quedara a la altura correcta para el corte.
El ruido metálico de las tijeras entre tajo y tajo, con esa suerte de tijeretazos al vacío.....jin jin jin.... mientras los pelos caen por el cuello hasta la espalda produciendo picor, a pesar del mandilón inmaculado hasta las rodillas.
Al lo ultimo la maquinilla de acero helado para la nuca, mas tarde la navaja con su filo que afeita las patillas a modo de estocada final.
En algunas ocasiones el peinado de raya, con aquel fijador universal con aspecto de mucosidad verdosa que dejaba el cabello como un moderno casco de motorista, tal era su dureza. 
Recuerdo las preguntas de siempre, “chaval de mayor que vas a ser, futbolista o torero”, con la misma contestación  pretenciosa......."arquitecto", con gran disgusto del peluquero que debía considerarlo una desviación nefanda, a modo de perversión infantil.
Eso era todo, en el gremio del cuidado y corte del cabello, continuación de las legendarias barberías mas primitivas, donde también se sacaban muelas y se arreglaban granos, ademas de las temerosas sangrías.
Con los años proliferaron de forma acelerada, muchas de ellas para señora, con aquellos secadores ahuevados, las de hombre con extrañas lociones y tintes para canosos y crecepelos para calvos.
Debió ser por los ochenta, con la la modernidad, las que se denominaban “peluquería unisex” a las que asistían los ciudadanos y ciudadanas, como ahora se dice.
Era desagradable la mezcla y alguna vez mientras caían las guedejas, se miraba de reojo como hacían la cera a una prójima, o como cardaban a otra, por lo que decidí no pisarlas mas.
Con los años ya no preguntaban por el futuro oficio, lo hacían sobre, desea lavar? o también, algún color nuevo o unos reflejos? a lo que la contestación era seca y rápida, córtelo normal y corto, en un deseo de no volver en meses a tan desagradable trance.
Ya desaparecieron todos los establecimientos tradicionales, la mayoría de los del oficio son hoy en día “feminoides” y creen que su labor es de gran trascendencia para el bienestar social.
Viendo ahora los cortes de pelo de algunos futbolistas y macarras en general, comprendo el tiempo y dedicación que requiere el peinado, aparte de los variados tratamientos y pinturillas con que se decora la testa la gente joven.
La opción es no visitar nunca jamas tan mistificados locales, de donde parece difícil salir con apariencia de hombre normal, convirtiéndose uno en “autopeluquero”, que a todo se enseña el hombre con el tiempo y la practica.    

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