mayo 06, 2014

Camino, de Santiago.

Fue exactamente en agosto del 82, año Santo Compostelano, cuando Javier, hombre ya maduro y de vida disoluta, a mi parecer, me propuso ir a ganar el Jubileo, a Santiago de Compostela.
Yo le conocía de algún paseo de sábado, el en su Yamaha negra, yo siempre en mi BMW bóxer.
Como quiera que éramos los dos, hombres sin ataduras afectivas, lo concertamos para un jueves en que salimos, no muy temprano, camino de Castrojeriz, famosa por sus fueros jurados por el Conde de Castilla en 974.

El pueblo, polvoriento, estaba como tantos en Castilla, depauperado, aunque con gran castillo y hermosa colegiata.
Tras unas pesquisas, averiguamos quien nos puede abrir el templo, que no es sino un campesino que guarda la llave en su casa, que entonces no había todo esto de museos y guías y funcionarios y zarandajas que nos arruinan.
Cual es mi sorpresa, cuando veo a Javier abrazado a una columna de piedra, en la nave vacía de la iglesia, me aclara ante mi sorpresa, que puede percibir en el granito, las oraciones de los fieles durante los siglos, yo no digo nada y nos hospedamos en una modesta pensión del pueblo.

El recorrido hacia Galicia por el Camino de Santiago es hermoso, al llegar ya anocheciendo a una aldea de tierras de Lugo, hacemos fonda y al preguntar a un lugareño por como se cena en una tasca cercana, nos contesta.....”Pues perfectu”, afirmación nunca escuchada para esas casas de comidas con estrellas Michelín.
Quiero aclarar que la cena fue espléndida y sencilla, con buen vino y precio irrisorio, el paisano era un sabio.
Al amanecer giro la cabeza y veo a Javier tumbado en su cama, los ojos abiertos miran al techo de forma fija, me asusto pensando si le habrá dado un aire o peor, si estará fiambre, al rato me mira y su rostro cobra expresión de vivo, me aclara que al despertar hace “control mental”, una caja de sorpresas este colega.

Que decir de la llegada al Obradoiro, miles de peregrinos y aparcadas las motos en una calleja próxima, entramos por el pórtico de la gloria a la misa de domingo, con botafumeiro y abrazo al santo matamoros, que a mi me gusta ese santo, patrón de España.
Nueva sorpresa al ver que Javier, el disoluto, forma cola camino de recibir la comunión, a la salida de la misa, aborda a un cura en la plaza y le pide bendiga las motos, con una vieira llena de agua bendita que no se de donde ha sacado.
Para mi estupor el cura acepta y al rociar las motos, el agua milagrosa ebulle en los cilindros y se convierte, en vapor bendito, mal no nos hará pienso, que también a nosotros nos rocía.
Camino de Madrid, no dejo de pensar en las rarezas de mi compañero de viaje, se nos hace tarde y tras comer algo ya de camino, la noche se cierne antes de salir de Galicia, paradas frecuentes para sucesivos cafés, hasta que ya en tierras de León, Javier me dice que no ve bien a la noche y se queda a dormir en un hotel junto a la carretera.
Me siento al fin libre de tan estrambótica compañía y a la luz del faro, atravieso los llanos de Valladolid y el Puerto de los Leones, donde a pesar de la cálida noche, paso frío.

Agotado, ya mas de las cuatro, bajo la solitaria Cuesta de la Perdices, con el perfil de Madrid al fondo, ya en la cama  pasadas las cinco, solo y con mi Jubileo ganado, sonrío recordando las rarezas del hombre de la Yamaha negra, con quien nunca fui a parte alguna después de aquello.

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