mayo 04, 2014

Juan.

Desconozco la razón de por que, de improviso, nos viene a la memoria alguien ya desparecido hace muchos años, alguien que de una u otra forma, nos dejo huella, me ha ocurrido hoy con Juan, he estado recordando cosas de el, especialmente su gran humanidad.
Era hombre fuerte, corpulento, además sabia algo de boxeo, hasta el punto de que en sus peleas con los taxistas se llevaba la gorra a casa, como trofeo, que antes los taxistas iban uniformados.
No era hombre violento, pero no se amilanaba ante un insulto o una mala acción de trafico.

Se la historia de su vida, contada a retazos por parientes y familia suya, mi recuerdo es de la primera infancia, casi como un segundo padre, pues siempre fue atento y cariñoso conmigo.
En aquel pequeño pueblo con montes verdes y aquel mar tan inmenso, vestía siempre como los marineros de la costa vasca, de pantalón y camisa azul mahón, las mangas remangadas, alpargatas también azules.
Tuvo Juan una lancha en la que salíamos a pescar, “El Apache” se llamaba, blanco el casco, con zonas barnizadas el interior, chipirones, lubinas, lo que se terciara.
Juan era tragón, hasta el punto en que viniendo de Arcachon con cuatro docenas de ostras, en el puente de Santiago de Irún, los aduaneros no le dejaron pasarlas, sentándose en el bordillo, se las comió una tras otra con asombro de la guardia civil.

Tenia esas cosas de hombre con determinación.
Ya mas adelante, en la boda de su hijo celebrada en Logroño, llamó a la recepción del hotel pues la habitación estaba fría, ante la negativa a remediar la situación, les dijo por el teléfono que quemaría los muebles, subieron una estufa al instante.
Sus veranos en Madrid, ya mayor y algo abandonado, con tan solo un jamón y varios melones, que no cocinaba, solo melón con jamón, hecho que recuerdo a menudo como modelo de dieta.
Tantos momentos, tantas imágenes, con su pipa casi siempre apagada, ensalivada, su sonrisa socarrona, que enseñaba unos dientes fuertes amarilleados por el tabaco.
Hombre algo desengañado por la vida, ante un desencuentro amoroso de mi adolescencia, me espetó......”no te preocupes, las mujeres son como los tranvías, cuando se va una llega otra”.
Nunca jamas he vuelto a escuchar frase ni parecida.
Hoy creo que no tenia razón, aunque era su forma de pensar, fue hombre vivido y por algo lo diría.
Me gusta recordarle en una de sus ultimas apariciones, bajándose del pequeño avión en el aeropuerto del pueblo, azul mahón y su tripa por entonces crecida, se detiene junto a una maceta de geranios y cortando uno bien rojo, se lo pone en el ojal, continuando su caminar camino de la casita que hacia de terminal.
A la tarde, gran discusión con su mujer, pues es agosto y Juan ha encendido la chimenea, a el le gustaba contemplar las llamas.
Me confiesa decepcionado, vengo a su cumpleaños y me monta esta bronca, así es la vida Emilio, aunque el a veces me llamaba Piloncho, como rebautizandome.
Es por eso creo que le recuerdo con tanto cariño, me trato siempre como a un hombre, a pesar de ser yo niño, fue una relación entre dos seres, sin importar la edad.

Todavía lo veo calle Génova arriba, con su perro negro, “el moro”, haciendo sus necesidades en los alcorques de las acacias, la correa en una mano, la pipa apagada en la otra.

2 comentarios:

  1. Bonito relato. Gracias por compartirlo. Espero una entrada algún día donde ahondes en lo de las mujeres como los tranvías...
    Un saludo, Luis

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    1. Yo iba al colegio en tranvía y si perdías uno a pesar de la carrera, al rato llegaba otro, asi le debió ocurrir a Juan con las mujeres, supongo, pero esto es siempre muy personal y aleatorio, hay muchos que nunca van en tranvía, otros que hacen voto para no subirse jamás.....

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