abril 23, 2015

Pepe el practicante.

De pronto ha venido esta mañana a mi memoria, con su rostro y su presencia sonriente, Pepe el practicante ha vuelto a llamar al timbre a media mañana.
Practicante se llamaba al que ponía inyecciones, en mi infancia, no se yo de donde viene el nombre, que vine de practicar, aunque mas debería llamarse inyectador o inyectante, aunque esto son elucubraciones que no soy yo experto en semiología.
Los niños de mi época teníamos enfermedades ahora casi ignotas, eran estas, la hepatitis, escarlatina y varicela, paperas, además de bronquitis y pulmonías que las abuelas llamaban enfriamiento.
Al cabo de unos días en cama, con los recortables y los tebeos del “Capitán Trueno”, llamaban a Pepe el practicante.

Venia de la farmacia de abajo, a la vuelta de la esquina, en Serrano, yo solía verle en la rebotica cuando mi madre iba a por aspirinas o gotas para el oído, o mercromina.
Pepe también despachaba tras el mostrador y al verme me pellizcaba el rostro y exclamaba.....Que tal chaval!!!!!
El caso es que durante esos años de días iguales y casi olvidados, Pepe llamaba al timbre y se escuchaba la puerta, luego su voz varonil y de buen timbre, sus pasos, por fin su presencia.
Hombre fornido y muy moreno, de cara ancha y mediana estatura, vestido con traje y corbata y un maletín negro.
Se sienta en la cama y despliega las artes de su industria.
Un estuche de cantos redondos pequeño y cromado de donde saca la jeringuilla de cristal, con unas rallitas en negro.
Elige una aguja, dorada en el cuello y plata delgadísima y punzante en su final, la coloca en la tapa del estuche y derrama alcohol, luego lo enciende con  llama azulada.
Ya desinfectada la puya, la coloca en la jeringa y pincha en un frasquito con tapa de goma, cuidadosamente succiona el liquido translúcido y le da unos toquecitos con el dedo índice, mientras la aguja apunta al techo blanco de escayola con cornisa decorada de guirnaldas.
El niño que fui, entregado a la fatalidad, esta ya boca abajo y la abuela baja un poco el pantalón del pijama, tras lo que Pepe humedece con un algodón empapado la zona a perforar, un breve golpe con la mano y pincha con precisión, en el glúteo opuesto al de ayer, que es recomendable alternar.
La entrada del liquido es dolorosa, llanto de lágrimas que acompaña a la nueva pasada de algodón y subida del pijama, mientras Pepe sonriente de nuevo, alaba la valentía del chaval, recogiendo sus bártulos y desapareciendo por la puerta, con un sonido brusco que cierra el episodio.
El niño queda inmóvil, la almohada húmeda, consolado de haber sobrevivido al trance, en espera del nuevo rejón de mañana, que estas enfermedades son rebeldes y hay que ser cauto dice la abuela.
Pasados los años las jeringuillas son instrumento de mala reputación, que la gente se pincha sola y se meten disparates para huir de la monotonía y de la infelicidad.
Las hacen de plástico y al compartirlas, se pasan enfermedades malas que habitan en los humores del cuerpo.

No se si existe ahora la profesión, tampoco se si Pepe sigue en la rebotica sonriente, con el pelo ya cano, lastima de los miles de fallecidos por los pinchazos indebidos, lejos de la mano firme y bondadosa del practicante.

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