He visto las imágenes del volcán Calbuco, antes de basalto y después de fuego, tras la erupción de estos días, es un volcán cerca de Chiloé, rodeado de otros volcanes hermanos, mas de quince, algunos de mas de tres mil metros, todos puntiagudos con su cresta blanca de nieve.
Pareciera que en los Andes, se revientan las costuras de la tierra, a lo largo de toda la costa del Pacifico, particularmente en el sur de Chile.
Nosotros de niños, hacíamos en la playa unos volcanes, algunas mañanas, con arena húmeda, de mas de un metro de alto y bien compactado de palmetazos de manos pequeñas.
Cocón hacia la cámara, desde la base, horada con delicadeza hasta llegar al centro, luego la ensancha para que quepan muchos palos de los arrastrados por las mareas y papel de periódico.
También Cocón, desde la punta del cono, introduce el mango delgado de una pala y taladra el volcán hasta la cámara, retirando con prudencia la arena que cayó en la perforación.
Cuando se prende se ciega un poco la boca con arena, para que la combustión sea pobre de oxigeno, al poco, la madera húmeda y los periódicos, desprenden una intensa humareda que sale por el cráter de nuestro flamante volcán.
Muchos paseantes de la orilla se detienen a ver el fenómeno, hace pocos años hice aquí uno para unos niños y causó gran expectación.
En los de mi infancia, después de un par de recargas de combustible, acababan pataleados, recuerdo aun la arena recalentada por el fuego, antes de la carrera hasta las olas del Cantábrico, siempre ordenadas.
El volcán Calbuco es de verdad, arroja una lava espesa, bolos grandes que caen con estrépito y ceniza, mucha ceniza que se eleva miles de metros y cubre campos y pueblos a cientos de kilómetros.
Nunca he visto un volcán en erupción, solo los de la playa, ficticios e infantiles.
Es cierto que vi el Estrómboli humeando, desde el estrecho de Messina, los apagados de Lanzarote, los ya desgastados de Olot, uno cerca de Quito y como no el Chimborazo, desde el avión.
En Atacama si vi muchos apagados, temerosos todos ellos, de mas de cinco mil metros, acechando el desierto, el mas majestuoso el Licancabur, igualito a los que hacíamos con Cocón pero grande, muy grande.
No sabemos que bajo nuestra casa, hay un caos violento de magma incandescente, gases a presiones inimaginables, todo ello pujando por encontrar una falla por donde escapar y venir a formar parte de nuestros campos y nuestras cordilleras.
A menudo nos espantamos de nuestros desvaríos de a diario y sus consecuencias, lo vemos en las noticias y provoca protestas y condenas, además de muchos comentarios, nimiedades frente a la rotundidad de un volcán.
El Calbuco, con su erupción, nos deja a todos mudos, es la fascinación de lo que nos sobrepasa, nada que opinar ni condenar, tampoco vale hacer leyes ni reglamentos.
Mientras, de día la columna de ceniza y a la noche el resplandor rojizo de lava que fluye, como una sangre de la tierra herida.
La fascinación por los volcanes me nació en aquella playa, volcanes de niño, con periódicos y palos en vez de magma.
Todavía con cada nueva erupción, contemplo las imágenes en silencio, embobado, pensando en nuestro mundo que creemos estable y seguro, siendo incierto y sujeto a la fortuna.
Pareciera que en los Andes, se revientan las costuras de la tierra, a lo largo de toda la costa del Pacifico, particularmente en el sur de Chile.
Nosotros de niños, hacíamos en la playa unos volcanes, algunas mañanas, con arena húmeda, de mas de un metro de alto y bien compactado de palmetazos de manos pequeñas.
Cocón hacia la cámara, desde la base, horada con delicadeza hasta llegar al centro, luego la ensancha para que quepan muchos palos de los arrastrados por las mareas y papel de periódico.
También Cocón, desde la punta del cono, introduce el mango delgado de una pala y taladra el volcán hasta la cámara, retirando con prudencia la arena que cayó en la perforación.
Cuando se prende se ciega un poco la boca con arena, para que la combustión sea pobre de oxigeno, al poco, la madera húmeda y los periódicos, desprenden una intensa humareda que sale por el cráter de nuestro flamante volcán.
Muchos paseantes de la orilla se detienen a ver el fenómeno, hace pocos años hice aquí uno para unos niños y causó gran expectación.
En los de mi infancia, después de un par de recargas de combustible, acababan pataleados, recuerdo aun la arena recalentada por el fuego, antes de la carrera hasta las olas del Cantábrico, siempre ordenadas.
El volcán Calbuco es de verdad, arroja una lava espesa, bolos grandes que caen con estrépito y ceniza, mucha ceniza que se eleva miles de metros y cubre campos y pueblos a cientos de kilómetros.
Nunca he visto un volcán en erupción, solo los de la playa, ficticios e infantiles.
Es cierto que vi el Estrómboli humeando, desde el estrecho de Messina, los apagados de Lanzarote, los ya desgastados de Olot, uno cerca de Quito y como no el Chimborazo, desde el avión.
En Atacama si vi muchos apagados, temerosos todos ellos, de mas de cinco mil metros, acechando el desierto, el mas majestuoso el Licancabur, igualito a los que hacíamos con Cocón pero grande, muy grande.
No sabemos que bajo nuestra casa, hay un caos violento de magma incandescente, gases a presiones inimaginables, todo ello pujando por encontrar una falla por donde escapar y venir a formar parte de nuestros campos y nuestras cordilleras.
A menudo nos espantamos de nuestros desvaríos de a diario y sus consecuencias, lo vemos en las noticias y provoca protestas y condenas, además de muchos comentarios, nimiedades frente a la rotundidad de un volcán.
El Calbuco, con su erupción, nos deja a todos mudos, es la fascinación de lo que nos sobrepasa, nada que opinar ni condenar, tampoco vale hacer leyes ni reglamentos.
Mientras, de día la columna de ceniza y a la noche el resplandor rojizo de lava que fluye, como una sangre de la tierra herida.
La fascinación por los volcanes me nació en aquella playa, volcanes de niño, con periódicos y palos en vez de magma.
Todavía con cada nueva erupción, contemplo las imágenes en silencio, embobado, pensando en nuestro mundo que creemos estable y seguro, siendo incierto y sujeto a la fortuna.
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