Solo el lugar del inicio es el mismo, Atocha, aunque ahora es un jardín tropical con charcos llenos de tortugas, absortas y condenadas a vivir en una estación, ante lo que Darwin no hubiera sabido que pensar sobre su futura evolución morfológica dentro de la RENFE.
Los trenes ya no son de color indefinido entre verde militar y sucio de carbonilla, altos y con grandes ruedas de hierro entre muelles retorcidos, con su techo peraltado como de carreta del farwest.
Los trenes ahora son esbeltos y de colores vivos o blancos, casi con forma de saeta.
Las maletas de cartón desvencijadas, con cuerdas asegurando su integridad, dieron paso a las de plástico, son maletillas con ruedecitas y mango extensible, los viajeros ya no caminan ladeados por el peso de sus enseres, sino gráciles y livianos, apenas impulsando con los dedos tan sofisticado equipaje.
Los empleados, con chaquetillas reflectantes y aire de raperos, para nada recuerdan a los antiguos ferroviarios sucios y de expresión torva, de miembros de la Federacion Anarquista Ibérica, con grandes mazas de metal en las manos para golpear las ruedas en busca de alguna fisura en el metal.
Ya no hay despedidas llorosas acompañando al tren en su movimiento inicial, tras un estridente pito sobrecogedor.
Ahora nadie va a despedir al viajero, sabiendo que no pasarán del control de entrada con su escáner, ademas las ventanillas no se abren ya para estrechar por ultima vez las manos.
El arranque es ahora tan rápido que haría imposible una despedida propia de las películas antiguas, el largo pitido ya no existe, solo la megafonía nos dice donde llegaremos y a que hora, lo repite en un ingles del ramo del ferrocarril.
Pienso ademas que los viajes en aquella época, eran por tiempo largo, por esto los sollozos, ahora vamos y venimos de forma alocada y sin idea de permanecer gran tiempo.
Al entrar al vagón, ya no existe ese pasillito con puertas para los compartimentos, con los asientos de madera enfrentados, a modo de reunión familiar que incluiría conversación, comida y sueño, durante las larguísimas horas de monótono tran-tran.
El interior ahora es como de avión, los aviones nunca tuvieron pasillo ni compartimentos con bancos de madera.
De forma silenciosa, los escasos viajeros de hoy, se acomodan y sacan sus Ipods y teléfonos, otros verán la película en las teles colgantes.......................
Al rato, los Montes de Toledo pasan raudos, con los olivares ordenados y las manchas de bosque oscuras y distantes en lo alto.
El tren de otro tiempo queda atrás, mudo y desconocido para siempre, lo nuevo se abre paso, moderno y veloz triunfa, aunque por un instante, añoro el pasillito para bajar la ventana y fumar en solitario, mientras mirara el campo de invierno despacio, con su elegante color ocre, al arrullo del traqueteo de vías golpeadas por las grandes ruedas, encaminandome despacio a un lugar lejano y desconocido, del que quizá nunca fuera a volver.
¿Lo nuevo triunfa? Se han cargado la esencia de los viajes en tren. ¿Para que sirve tanta prisa, tanta impersonalidad en los trenes, tanta incomunicación entre los pasajeros, tanta ventanilla cerrada a cal y canto, tanta tortuga en una estación?
ResponderEliminarTantos y tantos recuerdos literalmente enterrados en cimientos de hierros y hormigón, para sustentar un centro comercial, donde si te meas, o llevas encima 60 céntimos del asqueroso euro, o....te meas, donde entablar una conversación que no sea con una jodida palmera es totalmente inimaginable.
Eso es Atocha y sus trenes. Todo eso menos una estación.