enero 29, 2015

Mi primo.

Nos vamos quedando solos, a medida que en este Maratón de la vida, van retirándose los corredores, por cansancio, por hastío, por enfermedad casi siempre.
Con las piernas que no sentimos ya, seguimos corriendo y nos parece normal que los ancianos queden atrás y se retiren, agotados y sin futuro en la competición.
Lo raro es ver a que quien nos aventaja, mas joven, de gran zancada y fuerza ilimitada, quedar en la orilla, retirado ya de la prueba, inmóvil para siempre.
Me vienen las imágenes de nuestras vidas juntos, en muchas horas, en muchas circunstancias.
Su primer hijo iba a nacer en Madrid, arrancamos las motos y ya tarde pasamos Málaga, en la provincia de Jaén paramos a tomar una tapa, el era de reacciones inesperadas, lloviendo y ya noche cerrada, atraviesa La Mancha a tope, en su Yamaha Teneré azul de la que recuerdo hasta el sonido del tubarro.
Pienso tras su estela de agua que empapa mi faro, que me la voy a pegar, además yo no voy a tener un hijo, pero retuerzo el puño, no quiero dejarlo solo, quizá no quiero yo quedarme solo.
Al llegar a la M-30 sortea los coches de luces rojas, que se reflejan en el suelo mojado, me la voy a pegar pienso otra vez, siempre fue mas rápido que yo sobre una moto, al final, a la altura del pirulí, me rindo y veo su luz que sin tocar el freno, desaparece en el tumulto de la ciudad anónima.
Muchos recuerdos de tantas vivencias, no se a que viene pero de nuevo montando motos, esta vez el en un Harley grande, con carenado y frenos de disco, camino de El Colmenar, chuletón de buey y chantarelas, que el es glotón. El jardincillo de la Venta Aranda al sol del invierno y mas vino del conveniente para tan inestable transporte.

Bajando de Gaucín se acelera, que el era así, temperamental y de imprevistos, las estriberas rozan el suelo en las curvas y pienso como tantas veces, me la pego.... mientras la Harley se bambolea negra y grande, al dictado de su cuerpo delgado, a modo de una pareja de ballet moderno por la sierras de Cádiz.
Su saludo inconfundible de mano derecha enlazada mientras te rodea su brazo izquierdo hasta rozar las mejillas, bajo su sonrisa cordial de hombre bueno.
Han sido muchos años de amistad, sazonada por la sangre común que nos derramaron en las venas mi abuela y su abuelo, hermanos de fotos antiguas sin color que ambos poseemos.

Una compañía que ahora, al quedarse el en la cuneta, cansado y su moto silenciosa, me deja sin rueda a quien seguir, sin abrazos de sonrisa, sin amigo a quien llamar, sin primo a quien reconocer, que solos nos quedamos los vivos. 

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