marzo 04, 2015

Cantando en el coro.

Todo empezó para mi un buen día, que en medio de una clase de matemáticas, se abre la puerta de la clase y aparece un cura que brevemente nos anuncia que va a seleccionar niños para el coro.
Provisto de un pequeño silbato metálico que entona un “do” los niños simulamos la nota con un canturreo escuchado atentamente por el seleccionador que pasa su oreja entre las filas de pupitres, con brevedad escoge a unos pocos y apunta su nombre.
El primer ensayo, en la sala de ciencias naturales, donde el hermano Fidel, que así se llama el director musical, teclea en un armonium escalas desde el "do al si", luego en semitonos, niño por niño, la mitad son expulsados, quizá algunos lo hacen mal a sabiendas para no comprometerse.
Nunca me costó reproducir una melodía, el oído es un don natural supongo, gratuito como la vida, se nos da, no hay otra explicación.

El objeto, es cantar unas piezas en la función de fin de curso, vestidos con camisa blanca y una extraña pajarita que se ajusta con una goma entorno al cuello.
Horas interminables de ensayos en la sala de ciencias. apenas un cuarto grande lleno de minerales, probetas y mecheros, un esqueleto de verdad y el cráneo de un niño sujeto por un soporte plateado.
Un virtuoso, de nombre Jorje Ortiz de Urbina, con voz angelical, como de "castrati", que entona los solos de las piezas cursis del repertorio de ese año.
Jorje es travieso, inquieto y en uno de los ensayos, derriba el cráneo infantil, que se esparce por el suelo en pequeños trozos de color marfil, ignoro quien era el niño que presenciaba nuestros balbuceos con sus cuencas vacías y su dentadura blanca, inmaculada de dientes de leche.
El Hermano Fidel se levanta del armonium y la emprende a golpes con el virtuoso, hasta el punto de que una vez en el suelo, lo remata a patadas hasta que el niño cantor sangra por la nariz y el religioso se detiene en su paroxismo agresor.
En la función de fin de curso todo esta afinado, cuando se levanta el telón, una vez dada la nota, Jorje entona con su clara voz.....

O salutaris hostia,
Quæ cæli pandis ostium,
Bella premunt hostilia;

Pienso ahora al cabo de tantos años si recordaría al cantar esto, las que le dieron por romper el cráneo de aquel pobre infante.
El caso es que curso tras curso, era yo inexorablemente seleccionado para la cuerda de los bajos, de lo que yo estaba muy orgulloso, por mi voz grave y varonil y el oído preciso.
Pasados muchos años, en época azarosa, que casi todas lo han sido, necesitado de asideros morales y espirituales, recalé en la iglesia de San Manuel y san Benito de la calle Alcalá, buscando refugio en el coro que regentaba Domingo Losada.
Domingo era un cura presumido y excéntrico, gran organista, hombre de espíritu.

Como siempre, tras entonar unas escalas, quedé inmediatamente admitido, en la cuerda de los bajos....
Este coro estaba compuesto por viudas del barrio, estudiantes de solfeo, vendedores de puestos del Mercado de la Paz, jubilados sin jubilo, algún descarriado como el que suscribe.
Domingo era jovial y enamorado de la polifonía, Correa de Arauxo, Morales, Tomas Luis de Vitoria, los ensayos eran apacibles y cuando se conjuntaban las voces, me sentía yo parte de algo mágico, que la música es la mas abstracta de las artes y la que mas conmueve.
Al cambiar de vida, abandoné los cánticos, aunque escucho con frecuencia en el silencio de mi estudio toda clase de composiciones para coro y solistas, incluso óperas, aunque no me entusiasman, que para mi desde los orígenes el canto viene vinculado a la ofrenda religiosa.

Hay aquí un coro de ingleses, que ellos son muy de cantar, lo exploré hace unos años, no me gustó y a veces me arrepiento de mi deserción, debería yo quizá retomar mi don gratuito para ensalzar y dar gracias, de nuevo en latín, por los dones que a diario recibimos, de nuevo en la cuerda de los bajos....

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