marzo 07, 2015

Motrico.

La excursión a Motrico era ya costumbre, un par de veces cada verano, en bicicleta ya mas mayores, andando cuando mas pequeños.
Es una cita a la misma hora de a diario, en el Hotel Deva pero sin cacerolas ni sartenes que no hay chocolatada ni tortilla de patatas en alguna campa, solo un largo paseo por la cornisa cantábrica.
El jersey anudado a la cintura y el trozo de pan con chocolate en la mano, que no existía el papel Albal en aquellos veranos de ensoñación.
La comitiva de veinte niños, arranca parsimoniosa, solemne, pasando frente a la estación del tren, antes de cruzar la ría, el paso a nivel esta hoy cerrado.
Algunos ponemos una monedilla de cinco céntimos, que el mercancías con su estrépito transforma en una oblea afilada con el rostro de Franco desvanecido.
La marcha coge ritmo y en grupos de cuatro o seis, quizá diez, discutimos sobre el Atlético o el Madrid, acerca de las bellezas de Bilbao con su Plaza Elíptica, o la Puerta de Alcalá, de mas prestancia para mi como madrileño.
En la curva que nos conduce al oeste, hacia Machicaco, el acantilado es ya considerable y nos ponemos a tirar piedras hacia el mar, cada vez mas grandes, entre varios con los pies desgajamos una roca que revienta en esquirlas antes de estrellarse en las aguas verdosas, con sus ordenadas olas, indiferente a nuestra infancia irrespetuosa para con el medio ambiente.

Cuesta arriba, el mar a la derecha, algún grito……... que viene un coche!!!!! 
Suele ser un francés, o el autobús de La Esperanza que hace el trayecto desde Lequeitio.
La fuente de hierro es parada obligada, apenas un caño que derrama un agua ferruginosa que deja su color de óxido en el pilón de piedra, los niños beben y saborean el extraño gusto de ese manantial inagotable y centenario.
Ahora la pequeña carretera es horizontal, al fondo la costa de Vizcaya con esa bruma de los días de sol en el norte, siguen las conversaciones infantiles que nunca recordaremos....... de nuevo un grito, coche!!!!!
Bajando ya la gran cuesta se ve muy pequeño Motrico, ahora le dicen Mutriku, por esa levedad del ser, que quizá en otros cuarenta años le digan Mitriki o Matrika o sabe Dios que estupidez.
El pueblo entonces sencillo, está en una ensenada rocosa en la que desemboca una regata humilde, con un pequeño puerto protegido por espigones de piedra, que abrigan una flota de boniteras.

La bonitera es una embarcación admirable, de alta proa y mástiles con poleas, una pequeña cabina para el piloto, una popa redonda y sensual donde se recoge la red colmada de seres plateados que chorrean agua salada.
Zumalabe es constructor de barcas en un barracón, el ruido de las sierras y el olor a madera es parada obligatoria.
Los esqueletos airosos de cuadernas y quillas, el codaste y las tablas de forro, todo desparecido ahora que los hacen de plástico.
Al llegar a la ría, el putrefacto olor de la fábrica de anchoas, que el nombre fábrica es inexacto, es una conservera que las mete en latas plateadas, redondas, de cuando la anchoveta era despreciada como pez insignificante.
El pueblo lleno de verdina, renegrido, es pobre y esencial, aunque alguna casona tiene escudo de piedra.
No sabíamos los del paseo, que Churruca, muerto aquí tan cerca en Trafalgar, era nacido en ese rincón, donde mi infancia.
El paseo atraviesa las callejas hasta el abrigo donde se aparean las chipironeras, ordenadas, con sus costillas de madera y la caja del motor pintadas de blanco, los nombres en la proa, de vírgenes y santos.
Afuera en el segundo abrigo, las boniteras, grandes, que algunas van al gran sol e incluso a Terranova al bacalao, para los niños de la pandilla un sueño de aventuras de piratas y descubrimientos, que nos evaden de nuestras vidas reglamentadas de los meses tristes en el colegio de curas.
Unos hijos de pescadores desarrapados, pescan corrocones con un garfio de tres puntas, le dicen robar.
A tirones tratan de enganchar a los pacíficos peces que deambulan por el puerto, los capturan por el lomo, luego los tiran pues son incomestibles y viven entre excrementos y  gasóleo, es solo la crueldad infantil que adora matar.
Al final el muelle, donde las olas se estrellan y al fin mudos, descansamos, reposando, frente al mar de a diario que tan bien conocemos.
Algunos juegos de riesgo como el “marro”, agarrados de una cuerda en una espiral suicida,  que nos acerca al paredón de piedra, en pirueta que demuestra quien es mas hombre, mas niño, mi primo Javier hay!!!....se suelta al limite y se estrella en el muro cayendo inconsciente a la playa de algas violáceas.
La vuelta, cuesta arriba  en silencio, al atardecer se ve ahora la costa de Guipúzcoa, con el ratón de Guetaria en la calima azulada que nos pone el jersey a todos.
Un segundo trago en la fuente de hierro y la cuesta abajo donde se vislumbra ya el pueblo, la playa y la hermita de Santa Catalina, la Roca Elvira y nuestras casas, donde nos espera el baño caliente y la cena sencilla, sabrosa, la cama y el sueño que será solo una continuación de lo soñado en tan fantástica tarde de paseo hasta Motrico.




No hay comentarios:

Publicar un comentario