Es este un mes algo tétrico, empezando por el primer día, el de los difuntos.
La naturaleza ya cumplido el ciclo anual, muere por todas sus vertientes, las hojas muertas de los arboles, cuelgan amarillentas hasta que cualquier ráfaga las mezcle con la tierra, los animales viejos con los fríos se aletargan y se entregan dulcemente a su acabamiento, entre los humanos, también noviembre es tiempo de gran mortandad, cada jornada viene con menos luz y menos calor, ambos fuentes de la vida.
Ni tan siquiera la perspectiva de una cercana Navidad y año nuevo, después de tantos para los mayores, se antoja pueril y sin aliciente, es tiempo de abandonarse y dejar de luchar, que vivir es muy cansado y monótono las mas de las veces.
Todos tenemos difuntos, unos difuntos que son como de otra película, en la nuestra todavía la idea de la vida es fuerte y la muerte solo una nebulosa a la que no miramos con atención, así es la biología, fuerte y positiva.
Los difuntos son ya para muchos de nosotros, quienes nos procrearon, la fuente directa de nuestra vida, que decir de nuestros abuelos y tatarabuelos, a los que hemos conocido y son solo imágenes y vagos sonidos, solo raíces profundas que nos sustentan.
Hay muchos otros difuntos, miles........ a los que no identificamos como del club de noviembre, pienso en Napoleon o Bach, Cervantes y el Papa Borgia, son hombres de papel de libro, que pareciera que nunca vivieron pues nunca los vimos moverse o gesticular, son cromos impresos, en la modernidad entradas en Wikipedia.
Otros muchísimos millones de millones que desaparecieron sin dejar memoria ni fama de sus esfuerzos y creaciones, legión de anónimos que han ido mejorando el mundo poco a poco.
Otra categoría son los niños....... que se iban al limbo, millones de angelitos sonrosados cuya vida breve nos deja llenos de preguntas airadas sin posible contestación.
Los cementerios, ya en decadencia, son los terrenos dedicados a la huella de los desaparecidos, con sus lapidas blancas o grises, de letras doradas, esculturas hieráticas para los mas pudientes, fotos descoloridas y ajadas para la mayoría, sonrisas que se quedaron heladas entre el granito y el marmol.
Ahora las cenizas de los fenecidos, se recuerdan al ver el mar donde fueron arrojadas, o el bosque en que se esparcieron, parece esto panteísta y mas natural que los camposantos.
Recuerdo el cementerio civil de Aravaca, donde ponían a los descreídos y también a los suicidas, a los ateos recalcitrantes o a los musulmanes fallecidos en transito, son sitios incluso mas desesperanzados y sin vida, si es que cabe.
De críos, las tumbas son sitios de mucho miedo, de terror al anochecer, aunque con los años se ve que da mas miedo un vivo que uno que paso al mas allá.
Bueno pues hoy primero de noviembre, no era para estar de risas, ya vendrán tiempos mas alegres cuando en abril todo reverdece, atrás quedará la hermandad de los ya cumplidos, que con nosotros los ahora vivos, se alegrarán del renacimiento y la nueva plenitud del misterio de la vida.
Es un fenómeno físico inexplicable, es como la gravedad, algo que es así y no hay mas vueltas que darle.
Electrones que se desplazan y son capaces de mover un molinillo de cafe o la locomotora del AVE, gracias a los sabios del siglo XIX que desentrañaron sus mañas y la domesticaron, para luego inventar toda clase de artilugios.
La electricidad de mi infancia era la luz en forma de bombillas transparentes e incandescentes, con su filamento de wolframio que al poco tiempo se rompe consumido, se fundió la bombilla.
En el salón lamparas de varias bombillas, las llamaban arañas, con sus brazos de cristal y sus colgaduras, a modo de diamantes engarzados con alambre descomponiendo la luz en colores como de arco iris casero.
Nos liberaban de las tinieblas en que vivieron nuestros ancestros, un cable trenzado de gutapercha colgando del techo, con un interruptor de llave de porcelana blanca, HAGASE LA LUZ!!!!! dice el Génesis, desconozco el porque de que la luz es singular y las tinieblas plural.
En el pueblo, el transformador es una torreta de mampostería de la que salen cables, que a veces zumban, en la puerta un cartelito con un hombre desdichado que se abate bajo un rayo tosco y quebrado, “peligro de muerte”, aunque un niño no sabe lo que es la muerte, los niños son inmortales.
La luz se va cuando hay tormenta y los relámpagos fulguran mas con las tenebrosas velas y sus sombras en las paredes.
Los niños descubren los calambres cuando meten los dedos en el enchufe, los niños son exploradores por naturaleza, la descarga es cosa desagradable y enervante, el niño que sobrevive no suele tocar mas el enchufe.
Con los años vino la maquinilla de afeitar, la nevera y la lavadora, todo se puede hacer con la electricidad, incluso acumularla en esas pilas de petaca con rabos de latón que alimentan las linternas cromadas de bombillas diminutas, ahora hay esas otras baterías en los aparatitos electrónicos, que nunca vemos, de litio, aunque tampoco sabemos que es el litio.
En este nuestro tiempo, la electricidad alimenta toda nuestra vida, los ordenadores y el Ipad, la cafetera y las lamparas de diodos, la radio del coche y los anuncios de las calles que centellean y se transforman en anuncios de otra cosa, la televisión por donde salen las noticias del “tarifazo eléctrico” y los semáforos que incansables son rojos, naranjas o verdes en una mala imitación del camaleón.
Aprendimos a cabalgar sobre una de las inexplicables leyes del universo, a moldearla y hacerla nuestra, de forma que estaríamos muy menguados sin ella, incluso el dinero desaparecería pues ya no se verían los numeritos en los monitores y nadie sabría lo que es suyo.
La electricidad tiene fama de limpia, aunque se produce de forma sucia en su mayor parte, carbon y petróleo sin refinar, ojalá algún día los molinos de viento y otros inventos nos proporcionen electricidad barata e ilimitada, de forma que no volvamos nunca mas a las tinieblas.
Es una maquina ingeniosa que liberó al hombre de sus pasos inciertos y cortos, concediendole la posibilidad de fluir sin apenas rozamiento sobre la superficie del planeta, tras fatigosas caminatas por miles de años.
La rueda estaba inventada, pero construir un artefacto que desafía la estabilidad, con un pequeño sillín y unos pedales, fue un gran avance para la humanidad.
Los niños de mi época soñaban con una bicicleta, era la libertad y la independencia, el ir y venir con estilo, era la promesa paterna tras unas buenas notas o un comportamiento ejemplar.
Nunca tuve una propia, crecí encaramado a bicicletas prestadas, algunas demasiado pequeñas para mi talla, peor todavía el verano que me tocó la de la tía Pilarín, sin barra y con unas redecillas de colores en la rueda de atrás, algo infamante para un varón de mi tiempo.
Aprendimos a centrar las ruedas para que no rozaran en los guardabarros, a tensar los frenos de varilla y aproximar las zapatas, a arreglar los pinchazos con una cajita de parches con su lija y el pegamín, luego la bomba siempre rota, para hincharla.
Las primeras escapadas fueron a Motrico, mas lejos a Zumaya o Mendaro, un bocadillo y el agua de las fuentes del camino.
La cadena se sale y hay que tensarla, unas llaves para aflojar la rueda y retrasarla, las manos negras de grasa y la tarde por delante.
Pasajero en la barra, con las piernas colgando, otras veces en el manillar, los pies sobre las palomillas, algunos expertos con dos pasajeros, barra y manillar.
Como no los primeros accidentes con piernas y brazos erosionados, alguna brecha de dar puntos a veces.
Solo una bici de carreras en el pueblo, con sus tubulares delgados y su cambio que se antoja el sueño inalcanzable, tan alto era su precio que ni los sobresalientes en matemáticas alcanzarían a comprarla.
Ahora veo tantas bicis todas tan buenas, con hasta seis o siete piñones y dos platos, frenos de cable y metales exóticos, aluminio titanio, se emplean en muchas ciudades de Europa, con unas luces que centellean cruzan las calles silenciosas. En Madrid solo el día de la bicicleta, muchos niños que a diario serian atropellados por autobuses o coches, pasean sonrientes bajo la mirada llena de odio de los ciudadanos atascados e impedidos de ir a sus quehaceres habituales.
La bicicleta perdió su encanto de maquina única que multiplica nuestra movilidad, sepultada entre motos y coches que nos transportan oyendo la radio y calientes, sin despeinarnos ni sudar, es la maquina esencial a la que quizá algún día tengamos que volver.
Releyendo estos días “La España del Cid” (Ramon Menéndez Pidal), me asombraba al ver que tras conquistar Valencia, les restituyó el “diezmo” que les prescribió el Profeta en sus prédicas, eximiendoles del resto de pellizcos que los reyezuelos les propinaban en la bolsa.
Los gobiernos de las taifas les tenían sometidos a toda clase de tributos y alcábalas, estando los moros esquilmados y tristes y hartos de financiar la vida regalada de los opresores y sus harenes, (casi como ahora).
El Cid era ademas de buen guerrero, el mejor de su tiempo, hombre versado en leyes y prudente en el gobierno de lo que conquistaba.
EL Cid era también versado en augurar, a través del vuelo de las aves, los resultados de las batallas o la vecindad de las tormentas, que la intuición se cultivaba en la edad media mas que la razón.
El diezmo de los moros de Valencia, suponía pagar el diez por ciento de su ganancia, como agricultor, artesano o medico,
En los zocos donde compraban sus babuchas y su cordero, no se aplicaba el IVA, otro gravamen moderno, confiscatorio como todos y superior en once puntos al diezmo de los fieles de Mahoma.
Rajoy avasalla a los cristianos con hasta el 57% de lo que ganan con el sudor de su frente, luego vienen los impuestos abusivos sobre el consumo y finalmente los munícipes, que nos cobran por la morada, por el vehículo, por la basura y para acabar vuelve Rajoy y nos remata con el “patrimonio”.
La lotería, símbolo de la fortuna, tampoco se libra ya en este tiempo de las garras del poder, que si lloviera ahora el maná, intentarían gravarnos con el IVA a lo que el cielo nos regalara.
Cuando viene la parca, la Agencia Tributaria le revisa el bolsillo al difunto aun caliente y los deudos se quedan en el duelo, de negro pero sin blanca, mediante ese eufemismo de las “transmisiones y sucesiones”.
Ojalá que por las tierras de Vivar, en algún pupitre de cualquier aldea, estudie las letras un nuevo Cid Campeador que nos redima de esta banda de crápulas y nos restituya el diezmo que se practica entre los buenos y piadosos creyentes musulmanes, según las enseñanzas del Corán y de cualquier libro decente.