noviembre 08, 2013

La puerta de los Jerónimos.

La Puerta de los Jerónimos es como entrar por la puerta de servicio al Museo, lejos de la magnificencia de la de Velázquez o la gentileza de la Puerta de Goya, con su escalinata de granito para sentarse al sol.

Se mete uno de rondón en una cafetería con tienda, a modo de “VIPS”, donde se venden estampas y baratijas, el templo del arte convertido en lonja de mercaderes, son los tiempos.
Desde hace ya años en este sitio, un hombre pulcro, de mediana edad, con guitarra española, interpreta piezas clásicas con un pequeño amplificador, que difunde las notas por todo el callejón de entrada, bajo los jardines de la calle Felipe IV, frente a la trasera del edificio de Villanueva.
Otro ambulante enfrente, con unos sellos del alfabeto, compone carteles taurinos en donde el nombre del cliente se intercala entre los de Talavante y el Juli, en un gran cartel donde se ve un dibujo de pase de pecho airoso, con la muleta que huye de la cara del toro.

Este de los carteles taurinos, es mayor y luce gran barba larga y melena amarilla recogida en cola de caballo.
Es sitio este, donde los que salen cansados de tanto cuadro, se sientan a reposar las piernas y hacerse a la luz del día, hoy bastante escasa por lo nublado.
También los que van a entrar, apuran el ultimo cigarro, con la ansiedad de quien se prepara para una larga abstinencia frente a los lienzos.
La melodía ahora es de la cantata BWB 227  “Jesu, meine Freude”, lo que invita definitivamente a tomar asiento y disfrutar de esa particular luz de Madrid, a media mañana.
Veo que la bandera en la fachada sur de la Real Academia de la Lengua, esta a media asta, ha debido fallecer algún académico, suelen ser muy viejos.
El guitarrista se arranca ahora con el “Adagio de Albinoni” que es pieza muy conseguida, las notas se mezclan con los chillidos de unos niños que juegan arriba del jardín, también con la sirena estridente de una ambulancia.....quizá en busca de otro académico.
Arriba, muy alto, unas aves en formación como de emigrar pasan rápido hacia el sur, me esfuerzo en reconocerlas contra el fondo gris claro de las nubes, grullas? o serán ánsares?, aletean constantemente y pronto desaparecen, mas tarde pasan muchas aisladas, indiferentes a todo lo de aquí abajo, nadie de por la entrada las mira tampoco a ellas, quien sabe donde se echarán al atardecer para descansar y seguir mañana su camino al sur.
Entretanto la música ahora es de Fernando Sort, un grupo numeroso de japonesas que sale, alza sus diminutas manos con sus mas aun diminutas cámaras y se fotografían unas a otras, cuchichean en su idioma, al estar en el campo de muchos de sus disparos, pienso que mi imagen se verá en Tokio o en Kobe, donde otras japonesas verán el museo y no se fijaran en un servidor sentado, mientras apura el pitillo y mira a las aves.
Decido analizar la vestimenta del publico que entra y sale, por alargar el rato y esperar a la próxima pieza del guitarrista virtuoso, al que por cierto nadie da moneda alguna, tampoco el de los carteles taurinos ha vendido nada en este tiempo, reparo nuevamente en su gran barba blanca y su coleta amarillenta, con grandes gafas de concha negras.
No saco conclusión alguna de mi análisis, aunque pensando en el pasado lejano, nos hemos vuelto cómodos e informales, también muy diversos en las prendas y el calzado.
Como es ya corriente, los teléfonos acaparan la atención del personal, con ignorancia de mis aves, de la fachada de granito y fabrica de Villanueva, del cielo de Madrid y del músico y el cartelista, huérfanos de ganancias.
Un helicóptero de la policía que vigila a unos manifestantes en Atocha, nubla la pieza esperada del guitarrista y exasperado, me decido a arrojar la colilla que nadie barrera por la huelga, internándome a ver la colecciones reales, tras pasar por el zoco del arquitecto Moneo.


  

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