abril 20, 2011

Las peleas.

Son como las tormentas, inevitables.
En estos días estoy presenciando la gestación de una gran bronca, en un afamado club de golf cerca de aquí, todos los participantes son personas sin graves problemas económicos, de una educación parecida y con unos intereses comunes, a pesar de todo el enfrentamiento es radical y les llevará a arruinar el prestigio de su club, gastar mucho en abogados y transitoriamente creo, al abandono y el descuido del campo por el que luchan.
Afortunadamente las dos facciones rivales no tienen armas, con lo que no parece que vaya a haber sangre, lo cual sería noticia internacional en el mundo del golf.
No tenemos remedio, las sospechas y los egos, las vanidades y las pasiones nos llevan a  situaciones de destrucción, parece como si las personalidades fuertes necesitaran de la  violencia para alimentarse.
Empezó Caín, quien no aguantaba las cualidades de su hermano Abel, siendo hijos del mismo padre y como acabo la historia.....
Que decir de las dos mujeres que acudieron a Salomón para disputar la maternidad de un infante, menos mal que la verdadera madre se apiadó de su hijo renunciando a obtenerlo, antes de verlo cortado en dos trozos, con lo que el Patriarca adivinó cual era la verdadera madre y sentenció a favor de ella.
Lo vemos a diario en las herencias familiares, brocas e indignidades, rupturas y silencios de por vida, da igual que la fortuna sea abultada o miserable.
Nuestra naturaleza es mezquina y somos susceptibles y llenos de complejos que nos animan a la ira, cuando la escala es mayor, se producen las guerras, en las que con la evolución del armamento, los pobres y los infelices sufren horriblemente.
Ahora en Semana Santa, tiempo de recogimiento y paz, pensaba en estas cosas con desesperanza.
“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
La misma frase del Evangelio  causaría risa y perplejidad en los contendientes, desde hace años ya con la fe perdida, sin esperanza y ninguna caridad.

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