marzo 11, 2011

Las máquinas de escribir.

Las máquinas de escribir eran unos aparatos modernos y muy prácticos, todos las recordamos, de diferentes formas y colores y en los últimos tiempos electrónicas, con una bolita que contenía las letras y números y que ya no dependía de la pulsación física.
Yo recuerdo la del estudio de mi padre allá por los setenta, escribía con dos dedos y la equivocación era desastrosa, había que emplear una pasta blanca aplicándola con un pincelito, “Tipex” se llamaba y reescribir la letra errónea sobre la pasta seca.
Meter el papel era la primera operación, siempre engorrosa pues se torcía con facilidad al girar la rueda y si el papel era de esos finitos se arrugaba y el escritor se exasperaba.
Editar lo escrito imposible y para hacer dos o tres copias se empleaba un papel carbon delante de cada nueva copia, hacia como de almohada y en la tercera copia salía ya grisácea la letra.
Las máquinas las manejaban las secretarias, que actuaban al dictado, estudiaban una carrera llamada mecanografía y solían liarse con el jefe, pues eran guapas e iban arregladas, aunque no todas, la de mi padre no desde luego, se llamaba Pilarín.
Las máquinas de escribir tenían un rabito metálico a la izquierda para después de completada una linea, mover el carro y empezar otra vez.
Escribían las máquinas con diferentes colores, para lo que se cambiaba la cinta manchándose profusamente los dedos.
Las máquinas de escribir tenían su personalidad y contribuyeron a descubrir a los asesinos en las películas, cada una hacia una letra o mas de una forma peculiar y la policía comprobaba que el anónimo correspondía a esa máquina y el delincuente era encarcelado.
También eran útiles en las peleas pues arrojadas con puntería provocaban gran daño, hablamos de peleas de oficina, por asuntos financieros o societarios supongo yo.
Ahora cualquiera puede escribir sin faltas, con el papel lisito que sale de la impresora y con las frases bien compuestas y meditadas, escribir se ha convertido en algo común hasta el punto de que incluso yo lo hago.
Así pues tras ciento cincuenta años las maquinas desaparecieron, para siempre, esto es solo un recordatorio para los que no las sufristeis y disfrutáis ahora de un “procesador de texto”, denominación bien fea dicho sea de paso.

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